Anoche, en una charla con amigos, salió el tema de la monogamia. Allí, expusimos nuestros puntos de vista, argumentamos nuestra postura -de la mejor manera posible-, y comentamos algunos ejemplos de por qué se sostiene el sistema monógamo.
Sin entrar en detalles de lo conversado, puedo decir que efectivamente existe el deseo de probar lo nuevo, es decir, aquello diferente a lo que tenemos hoy.
Es como si se confirmara que siempre deseamos estar en un lugar distinto al que estamos. Y también quedó claro que, en unos y otros, el deseo de salir a buscar ese lugar nuevo tiene diferentes fuerzas.
Como contracara a la movida monógama, apareció el concepto de represión. Nos reprimimos porque es algo natural, la represión está en todas partes, y a veces, la represión provoca que en lo más profundo del ser -o en lo más escondido- se encienda una llama, capaz de dotar de elementos nuevos a lo ya conocido y probado. Tal vez, la represión ayude a develar el misterio de ese deseo por obtener lo que, en tiempo presente, está fuera de alcance.
Mientras la conversación avanzaba con buena dinámica, interesaba y atrapaba; intenté incorporar, en el mudo silencio de mis pensamientos, el concepto de libertad. Busqué asociar otra óptica a la discusión, para enriquecerla. Y no lo logré. Me resultó imposible construir un razonamiento que se sostuviera por sí mismo para lanzarlo a la mesa y que resistiera el tiroteo discursivo.
Ahora tampoco lo puedo hilvanar, pero veamos como queda en palabras, para verificar donde se fractura primero.
¿Qué tal si escapar es verbo de libertad? ¿La libertad se concreta mediante el escape?
Tal vez lo que reprimimos es la posibilidad de llevar nuestra libertad a un punto máximo, y lo hacemos porque sabemos que en ese punto, lo que ganamos no nos alimenta lo suficiente para compensar lo que perdemos. Como si fuese un análisis costo-beneficio de deseos y represiones. Además, posiblemente sea por miedo a confirmar que la libertad en estado puro no pertenece al dominio de los hombres, aunque la necesitemos como idea para despertarnos todos los días. Ah, asocié miedo y libertad, creo que debería dejarme de pavadas y leer a Fromm.
Antes de cerrar el post, voy a contarles una intimidad.
En la conversación, creo, dejé una imagen de hombre hambriento de mujeres. Como si el instinto, en mi caso, fuera irrefrenable. Y si eso fue así, sirvió para construir la charla, y además para exteriorizar pensamientos, perversiones u obsesiones que juegan cotidianamente en la liga de lo oculto, pero que a veces, se alborota con salir a luz.
O sea, la experiencia de hablarlo y escucharlo es positiva. Los instintos y deseos no son tan graves como parecen cuando uno los tiene rebotando en la mente.
Y luego de la conversación llegó la hora de volver a casa. En la noche más profunda, cuando lo verdadero se apodera de nosotros y quedamos mirando el abismo, este nos devuelve la mirada y como si la noche tomara el lugar de la historia, nos ubica en las coordenadas que nos corresponde. Es en ese momento, cuando olvidamos todos los culos y tetas que vimos durante el día, para abrir la cama, hacer cucharita y largar las palabras tan poco aventurares que dicen: "buenas noches amor".
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