Aquel fue un sueño extraño, pero no porque Racing ganara el partido, no. Todos sabemos que resulta extraño ver ganar al equipo de Avellaneda. Si fuese ese el argumento, no estaría contando nada nuevo.
Basta con decir que fue mi última ensoñación de la noche porque apenas terminó, me desperté. Hoy, al analizarlo, me detengo en el rol de espectador que mantuve durante toda la secuencia de imágenes y en el desenlace triste y violento, o mejor dicho, violento y triste.
En esta experiencia onírica, yo sobrevuelo el estadio en el que juegan los equipos. Llegué para los segundos finales, y desde el aparato en que me encontraba -posiblemente un helicóptero- logré escuchar la voz de alguien que anunciaba la victoria de Racing.
Casi en simultaneo, observo una de las tribunas, la que quedaba detrás del arco del equipo ganador. Si bien en el estadio había muy poca gente, todos los asistentes en esa tribuna comenzaron a correr hacia el campo de juego. En apenas unos instantes, la tribuna quedó vacía y la gente, como hormigas, corría por el césped desparejo de lo que parecía una cancha de la 'B'.
A esa altura, tanto temporal como física -porque yo seguía en el helicóptero- nada me llamaba la atención. Ni la victoria, que creo fue por 2 a 0; ni el tumulto que se dio dentro del terreno. Hasta que en un instante determinado la pude distinguir.
Era una señora de unos 40 años. Con panza y pechos que se divisaban desde lejos, muy caídos, eso también delataba su edad. Tenía el pelo largo y usaba un cola. Por la forma de correr, y por lo circular de su contorno, llamaría la atención de cualquiera, pero parece que nadie la vio, excepto yo.
Entró decidida, por una de las esquinas, y lo hizo en diagonal hacia el círculo central.
Antes de llegar al medio, levantó su brazo derecho y cuando pude ver que allí portaba un revólver -no vi detalles del arma, sólo la silueta- me asusté y ella comenzó a disparar.
Posiblemente por el susto, el helicóptero comenzó a dar giros bruscos, como si el piloto de la nave hubiese perdido el control. Curiosamente, perdíamos altura con lentitud, parecía que bajábamos flotando.
En la zona de los disparos, el público se abalanzó sobre ella. Los balazos no fueron mortales, al menos nadie alertó ninguna muerte. Eso me dejó un poco más tranquilo, pero lo duro fue cuando me acerqué y pude ver el rostro de la mujer.
No era la cara de mi madre, ni mi abuela, ni ninguna otra integrante de mi familia. Tampoco era una amiga, ni un personaje conocido. El rostro aquel no era el mío.
De todas formas, la impresión fue cruel y dura, porque cuando los brazos la aprisionaban contra el piso para inmovilizarla y mantenerla bajo captura, sus ojos quedaron en blanco y sus labios superiores se movían en sentido contrario a los inferiores, como si su carga magnética los llevara a repelerse.
Digo que me pareció muy triste verla tirada, vencida y conmocionada por el ataque que ella misma llevó a cabo. Y me dejó dudando. ¿Qué tal si ella ingresó para matar a un asesino? ¿Y si ella no resistió la justicia por mano propia? ¿Y si la Ley del Talión la venció?
Nadie va a saber por qué ella hizo lo que hizo, y lo digo convencido. Por más que se recupere, y declare qué hizo y cuáles fueron sus motivos, por más que recuerde todo sin perder detalles, sus ojos perdidos me transmitieron su desesperación por haber hecho algo que no quiso, a impulso de una fuerza del más allá.
Igual, ahora que lo pienso, me doy cuenta que esa fuerza arrolladora no vino del más allá, sino que, estaba muy acá. Quiero decir, me suena más certero que el impulso que mandató a la mujer se trataba de un deseo irrefrenable, algo inexplicable pero que sucedió en su interior.
Entonces, tal vez no sea tan triste, porque finalmente, ella logró sacarlo de sus entrañas y según parece, a pesar de la victoria de Racing, en el estadio de clase B nadie murió.
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