viernes, 25 de octubre de 2013

El Tatú

por Tito Apostos

Si me apuran, digo que fue Bukowski. Él me ayudó a comprender la realidad. La contradictoria mezcla de pasión y nihilismo en sus relatos, me llevaron al humano camino de saber que las ideas, si no se contrastan con cada una de nuestras miradas, son nada.
Entre otras, su pasión fueron los caballos. Ideó apuestas exitosas para muchas tardes de hipódromos. Aunque nunca creí en sus estrategias burreras, siempre caí en la seducción de sus relatos.
Algo parecido sucedió con otro de mis ídolos: el Tatú, mi abuelo. Jamás leyó a Bukowski, ni siquiera leyó a Cervantes, apenas pasó unos meses en la escuela. Pero él también sabía de caballos. Nació y murió en el campo.
Entonces apareció Fullester. El purasangre tostado criado por mi abuelo para correr en el hipódromo de San José. Ese mismo nombre que de repente leí en un poema, otro género que engrandeció al escritor maldito. Según parece, fue al único caballo que Hank apostó diez veces en la misma tarde, y no logró ganar en ninguna.

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