martes, 26 de noviembre de 2013

Un párrafo experimental


A modo de experimento. Intentaré escribir mientras escucho una canción de Random Access Memories, último disco de Daft Punk. Abro Youtube, deliberadamente selecciono Giorgio by Moroder*, y lo pongo a sonar. Comienza. Alguien habla. Tenía sueños enormes, todo era difícil, quería ser músico. Y sigue hablando de eso. Su verdadera historia comenzó en su adolescencia, quizás antes. Continúan sus versos al tiempo que la música se convierte en materia (o la materia se convierte en música). Aparecen más deseos y el tipo los describe. Las paredes se mueven hacia mí pero me doy cuenta que todo es una ilusión porque yo también soy las paredes. La materia se amolda a mis oídos y me acaricia. Parece intangible, sin embargo, es. Las paredes se expanden en tres dimensiones de manera casi imperceptible. Cuando es hora de que hable la máquina. Entonces comienza el palabrerío electrónico. Escucho lo que dice, lo entiendo y me muevo en base a sus instrucciones, sin embargo, desconozco ese lenguaje. Tiene ritmo y sus vocablos se escabullen. Estoy conectado. No estoy tan solo. Y me muevo (nos movemos). Logro percibir colores. La tonalidad es azul. Un teclado me invita a jugar. Floto, con mucho swing, floto. Hay sombras oscuras. Nuevamente la máquina, pero no puedo decir que interrumpe. Está deseosa de hablar. El señor toma el micrófono. Esta vez comparten el tiempo, y se fusionan: la música en materia, y la materia en tiempo. La voz electrónica convive con las cuerdas vocales analógicas. Por unos instantes me elevé, a una velocidad tan lenta como celestial. Llegué bien alto. Desde el suelo emergió la máquina, acompañada de muchos amigos digitales formando una masa densa, levantándose como un edificio inmenso que quiere tocar el cielo pero se entera que no tiene manos entonces frena. Yo dejé de flotar, el edificio me alcanzó y quedé otra vez con los pies en la tierra, pero sigo arriba. Arriba. ¿Será la Torre de Babel? Tu tu tu tu ru. Aparecen las guitarras muchacho! Era cierto. La música te habla, te grita, te ama, y vos la amas a ella. Todo se apaga. Como un castillo de naipes que se desarma, todo se calla. Los sonidos se vistieron de puntos suspensivos. Dejo caer los brazos. Me miro el ombligo con los ojos cerrados. La canilla eléctrica cerró la gotera de sonidos, los vestidos de puntos suspensivos. Los electrones dicen estar vivos y yo me pregunto: ¿qué será todo esto?



Si querés escuchar el disco ya mismo, acá lo tenés. Giorgio by Moroder comienza a los 09:57.




* Mirá vos, que demencia de tema presentó Juan.

lunes, 18 de noviembre de 2013

De oreja a oreja

En las calles de Montevideo no hay ningún Batman, pero muchos le temen a Carlos Antúnez, alias el Joker. Un curioso personaje que encaja perfectamente en la lógica Monty Python, y que a pesar de su nombre, en la ciudad lo consideran villano.  
En base al testimonio de testigos, al expediente judicial y a otras fuentes consultadas; este breve informe pretende ordenar y organizar la información básica sobre la vida de un hombre destinado a caminar por la fina línea que separa el arte de la locura.
Una extensa crónica del periodista Bruce Canessa, publicada en la revista El Ojo Que Mira -especializada en  delitos complejos- lo definió como el delincuente más extravagante en toda la historia nacional. El relato vincula los principales sucesos en la vida de Antúnez, para remarcar los hitos que definieron su futuro como escritor y delincuente. Al final de la nota, el autor  esboza una reflexión ética.
Cuando habla de la infancia, nos cuenta la desventura de Antúnez. Sus padres biológicos, ambos estudiantes de derecho, lo entregaron para que el bebé no interfiriera en su formación universitaria. Explicaban que la crianza de un niño requiere mucho tiempo y complica a la hora de estudiar. Antes de cumplir su primer año, el niño ya dormía con sus nuevos padres, quienes decidieron ocultarle la verdad. El secreto demoró veinte años en ver la luz, y finalmente el muchacho conoció otra versión de su pasado.
Uno de los testigos, aseguró que esa situación de verdades y mentiras confundió completamente al veinteañero. Por otro lado, peritos consultados al respecto, concluyen que en una situación de este tipo, los hijos adoptados cuando confirman que han sido engañados distorsionan la imagen de sus seres queridos, e incluso de ellos mismos.
En una fría noche del invierno 2008, el joven Antúnez anunció en su muro de Facebook: «Terminaré con las personas que me ocultaron la verdad durante todo este tiempo. Por favor recuerden: cuando la felicidad es mentira se convierte en violencia». Pero lamentablemente el destino le jugaría una mala pasada y le impediría cumplir su palabra. Carlos Anúnez (padre) y Mirtha Mieres (madre), fallecieron esa misma noche en un accidente de tránsito cuando volvían a casa luego de una velada muy especial: Cuerdas Antúnez, una de las empresas de la familia, acababa de recibir el premio La Soga de Oro, galardón que entrega la Asociación Católica de Dirigentes de Empresas a aquellas organizaciones con mejores prácticas en Responsabilidad Social.
Luego de aquel incidente, el joven se ocultó y vivió en paradero desconocido. Nadie supo exactamente por qué huyo. Años más tarde, apareció para dar luz a su obra, pero las consecuencias de su creación lo convirtieron en sospechoso. Y fue buscado por la policía, que finalmente lo atrapó con las manos en la masa.
¿Qué ocurrió con Carlitos luego de aquella fría y trágica noche de invierno? Nadie podrá saberlo con certeza, los testigos que se animaron a brindar su testimonio, explican que sólo cuentan lo que a ellos le contaron. Muchos dijeron que durante el aislamiento, su repulsión hacia la sociedad se agravó y su capacidad de interacción se redujo a la mínima expresión. Otros opinan que la reclusión en una habitación de pensión le ayudó a liberar su espíritu artístico. El hecho es que durante casi diez años él vivió en un tugurio repleto de seres marginales, prostitutas y delincuentes. Vivió huyendo del mundo. Dedicó ese tiempo de encierro a escribir y leer. Escribía cuentos cortos porque como afirmó el día de la sentencia, es un género que le brindaba «una ilusoria sensación de satisfacción». Así fue puliendo el oficio de su pluma. Hasta que en cierta ocasión, una de las prostitutas que vivía en la pensión y que acostumbraba a llevarle la comida, leyó uno de sus cuentos. Aquel mediodía él descubrió su talento. Marta, luego de apoyar el plato de comida en el escritorio, tomó la hoja escrita a mano y le dijo: “a ver qué es eso que escribís Carlitos”. Apenas terminó de leer, comenzó a reír. Él se enfureció porque lo entendió como una burla y la echó a empujones, aunque luego advirtió como pasaban las horas y la risa continuaba. La noche de aquel día encontró a Marta recorriendo las calles de la Ciudad Vieja aterrada frente a la posibilidad de morir de risa.
¿Por qué lo buscaba la policía? El incidente con la prostituta lo dejó perplejo. Entonces para racionalizar lo sucedido, mostró sus cuentos a otros residentes de la pensión. Luego de leer, todos salían de sus habitaciones aumentando gradualmente la intensidad de su sonrisa, y no paraban. En reiteradas ocasiones, muchos no coordinaban la respiración, entonces sonreían al tiempo que tosían. Después de unos minutos caminando en ida y vuelta por el pasillo de la pensión, huían a la calle para descostillarse a carcajadas.
Antúnez comprendió que algo en sus textos provocaba tal deleite a sus lectores que los hundía de inmediato en una risa continua. Para evitar la propagación de los efectos, todos los textos fueron destruidos. Pero existen indicios de que sus cuentos, desde lo metafórico, criticaban el deseo emergente del núcleo capitalista que promueve la idea del goce constante y del consumo como camino para alcanzar la felicidad. En esa misma línea, intentó demostrar que el hombre no puede vivir preso de conceptos absolutos, tanto sea felicidad constante o tristeza eterna. Ser feliz a cada segundo es un trabajo sobrehumano, y tan posible como la existencia de los dioses.
Su primera acción con efectos masivos llegó cuando distribuyó sus cuentos en folletos que entregaba en las esquinas del Centro -18 y Ejido era su preferida-. Algunos peatones tiraban el papel sin leerlo, pero quienes lo leían explotaban en gritos jocosos. Él mismo no comprendía exactamente a qué nivel operaban sus textos, pero continuaba escribiendo y largando los cuentos a la calle. A él como lector no le ocurría nada, era inmune, y eso le hacía dudar, pero aún así continuaba. Luego de varias jornadas, las calles de Montevideo se convirtieron en una galería de personas sonrientes y completamente extasiadas por su inducido estado de felicidad. Como es de suponer, con una masa de individuos a punto de perder la razón, el caos invadió la ciudad.
Por las principales arterias de la capital, las hordas caminaban sin rumbo preciso, con los brazos apretando el estómago como calmando los dolorosos efectos de la risa. Al cabo de una semana, uno de los alcaldes declaró Estado de Emergencia y obligó a los ciudadanos a recluirse en sus casas hasta restablecer la calma.
La situación se complicó cuando una de las víctimas sufrió un paro cardiorrespiratorio. Por fortuna los médicos llegaron a tiempo para reanimarlo en plena vía pública. Lograron estabilizarlo para luego trasladarlo a un nosocomio. En el trayecto, la doctora que viajaba junto al paciente, notó que el veterano tenía el puño cerrado y apretaba un trozo de papel. Ella se lo quitó y lo alisó para leerlo. La ambulancia llegó al hospital con el hombre en estado delicado, y la mujer con una sonrisa que le abría la boca como si se estuviese comiendo una hamburguesa imposible.
El chofer del vehículo, contó como había sucedido, y el cuento de Antúnez dentro de una bolsa Ziploc fue enviado a la policía.
Inmediatamente la información se filtró a la prensa. Los medios exhortaban a la población a mantenerse atenta y a no aceptar ningún papel en la vía pública.
Luego de varios días, las víctimas de Antúnez recuperaron la razón y la ciudad retomó su ritmo habitual. Pero el escritor desconocido se convirtió en el delincuente más buscado, y nuevamente decidió refugiarse.
Durante un año y medio vivió en clandestinidad. Hasta que se sintió preparado para llevar a cabo su plan maestro: probar que la risa puede ser un instrumento de dominación y sometimiento, incluso en un estadio lleno. Intentaría realizar una intervención en el entretiempo del superclásico en el Estadio Centenario. El objetivo particular de esta acción, era abrir una bandera gigante en el campo, con el texto impreso de forma tal que fuera leído por los espectadores ubicados en las cuatro tribunas.
Llegó la hora. En la final de aquel campeonato uruguayo, Peñarol terminó los primeros 45 minutos, derrotando a Nacional por 1 a 0, con gol en contra de Carrasco. De repente, un paracaidista con un tubo cilíndrico colgando de sus pies, aterrizó en el círculo central. Era Antúnez. La gente confundida miraba atenta hacia el campo de juego creyendo que se trataba de alguna publicidad. Él se desprendió el paracaídas, extendió el tubo hasta formar un rectángulo y corrió hacia una de las esquinas de la cancha. Enganchó uno de los extremos del rectángulo al banderín del corner y continuó corriendo hacia el otro banderín pasando por detrás del arco. A medida que corría por el perímetro, una enorme bandera blanca comenzaba a cubrir el terreno. Antes de alcanzar el otro arco, la policía ya lo tenía cerca. Mientras tanto, la bandera se desplegaba con grandes letras negras, las que casi permitían leer lo que parecía un típico cuento de Antúnez. La persecución mantenía tensionados a los espectadores. Todos estaban atentos a lo que pasaba sobre el césped. Mientras corría, Antúnez lanzaba papeles al aire, suponiendo de forma equivocada, que los efectivos iban a detenerse para leer. En un acto desesperado, cambió de dirección y corrió rumbo a la platea Olímpica, la bandera no llegó a abrirse por completo.
El plan de Antúnez estaba a punto de fracasar. Cuando intentó saltar hacia el otro lado del alambrado y escapar por los túneles del desagüe, uno de los policías lo alcanzó.
Carlos Antúnez marchó preso. Y de inmediato lo llevaron al juzgado. El fiscal procuró que lo condenaran como terrorista. La defensa argumentó que las pruebas no eran mérito suficiente para culparlo de tal cosa. Finalmente fue declarado culpable por Interrupción de Espectáculo Público, un delito menor. Lo más extraño de la sentencia, es que el juez lo condenó a realizar trabajos comunitarios utilizando su arte para aliviar el dolor de los enfermos en el Hospital de Clínicas.
De acuerdo al expediente judicial, cuando los fármacos no lograsen calmar al enfermo, Antúnez debería escribir un cuento para que el paciente sustituya dolor por risa. En caso de que el paciente no estuviera en condiciones de leer, el cuento debería ser leído por Antúnez tomando los recaudos necesarios para que nadie más que el paciente lo escuchase.
El tratamiento comenzó a aplicarse y la efectividad era cierta: la risa aparecía en todos los pacientes tratados, incluso hasta en los desahuciados. Ninguno de los enfermos -ni siquiera los terminales- atendidos por Antúnez ha fallecido. Ellos comenzaron a reír y desde hace meses no han dejado de hacerlo, ni por un segundo. A nivel académico el desconcierto es enorme. Psicólogos y médicos investigan el método Antúnez, pero hasta ahora no obtuvieron resultados. Por otro lado, el poder judicial en particular y la sociedad en general, tiene un nuevo dilema. El convicto  que muchos califican como fundamentalista, es ahora el chaman de la tribu e inclina la balanza hacia el lado de la vida. La disyuntiva que se plantea es clara. Si lo apartan de sus funciones, se corre el riesgo de eliminar la risa del rostro de los pacientes, y se teme por una oleada de muertes. En cambio, si continúa cumpliendo su condena, Antúnez se convertirá en una autoridad divina con la facultad de extender la vida en plan infinito. Pero en este tiempo de ficciones parece complejo aceptar la idea del fin. Hay evidencia suficiente para suponer que algunos todavía tienen el infame deseo de escribir eternamente, amparados en un mundo repleto de enfermos que se ríen de oreja a oreja.



martes, 29 de octubre de 2013

Ya nadie teme al matón

El viejo salió a caminar (y a cantar). Temprano. De repente lo vio. Caminaba de frente, con ojos entreabiertos y mirada profunda. Llevaba lentes casi oscuros. Su saco, a cuadros verdes y negros le otorgaba cierto estilo. Sus zapatos opacados por la mugre, un poco más blancos que su pantalón negro, bailaban burlándose de la fuerza de gravedad. 
Giró la vista monitoreando al viejo. Y con ese movimiento intentó asustarlo. Pero el viejo no sintió miedo, cerró los ojos y siguió cantando. Él apretó el puño como reprochando la indiferencia, y bajó los párpados para insultar al mundo. Habían dejado de creerle. Se quedó quieto mirando hacia atrás. Mientras veía como el viejo se perdía entre las calles, él se lamentaba de su triste destino y sufría: ya nadie teme al matón, el oficio se desvaneció. Y con un mismo quejido, sentenció: "Lo logré. He llegado a ser bueno, justo antes del final".

lunes, 28 de octubre de 2013

Club Atlético Mercenarios

posteado por NB

«Pero este nuevo mundo, complicado y multidimensional, siempre en movimiento y en combinación constante, ¿traerá la esperanza de una mayor fraternidad entre los seres humanos? En esta época de xenofobia, parecemos estar muy lejos de esa confraternización. No lo sé. Pero pienso que tal vez encontremos la respuesta en los estadios de fútbol del mundo. Porque el más universal de todos los deportes es, al mismo tiempo, el más nacional. Hoy día, para casi toda la humanidad, esos once jóvenes sobre un campo son los que representan a «la nación», el Estado, «nuestro pueblo», en lugar de los políticos, las constituciones y los despliegues militares. A primera vista, estos equipos nacionales están formados por ciudadanos del país. Pero todos sabemos que estos millonarios del deporte solo aparecen en un contexto nacional unos pocos días al año. En su principal ocupación son mercenarios transnacionales, con un sueldo altísimo, contratados todos fuera de sus países de origen. Los equipos a los que un público nacional aclama día tras día son en realidad un variopinto conjunto de Dios sabe cuántas naciones y razas; dicho de otro modo, de los jugadores más reconocidos y selectos del mundo. En los clubes nacionales de más éxito, a veces apenas tienen a más de dos o tres jugadores nativos. Y es lógico, incluso para los aficionados más racistas, porque también ellos quieren un club ganador, aunque haya dejado de ser pura raza.

Feliz la tierra que, como Francia, se ha abierto a la inmigración y no cuestiona la identidad étnica de sus ciudadanos. Feliz la tierra que se siente orgullosa de poder escoger en su equipo nacional a africanos, afrocaribeños, bereberes, celtas, vascos y a los hijos de inmigrantes ibéricos y de la Europa del Este. Felices, no solo porque esto les ha permitido ganar la Copa Mundial, sino porque hoy los franceses -no los intelectuales y los principales oponentes del racismo, sino la masa, la que a fin de cuentas inventó la palabra «chovinismo» y sigue encarnándola- han declarado que Zinedine Zidane, su mejor jugador, un hijo de inmigrantes musulmanes de Algeria, es simplemente «el mejor de los franceses». Ciertamente, esto no está muy lejos del viejo ideal de la hermandad entre todas las naciones, pero sí lo está -y mucho- del punto de vista de los matones neonazis de Alemania y del gobernador de Carintia. Y si a las personas no se las juzga por su color de piel, por su lengua, su religión y otras cosas por el estilo, sino por su talento y sus logros, entonces hay razón para la esperanza. Y en verdad hay razón para la esperanza, porque el curso de los acontecimientos históricos nos lleva en la dirección de Zidane y no en la de Jôrg Haider.»

Fecha y fuente original: Conferencia pronunciada en el Festival de Música de Salzburgo, en 2000

Del libro UN TIEMPO DE RUPTURAS - Sociedad y Cultura en el siglo XX
ERIC HOBSBAWM
ed. Crítica, 2013


viernes, 25 de octubre de 2013

El Tatú

por Tito Apostos

Si me apuran, digo que fue Bukowski. Él me ayudó a comprender la realidad. La contradictoria mezcla de pasión y nihilismo en sus relatos, me llevaron al humano camino de saber que las ideas, si no se contrastan con cada una de nuestras miradas, son nada.
Entre otras, su pasión fueron los caballos. Ideó apuestas exitosas para muchas tardes de hipódromos. Aunque nunca creí en sus estrategias burreras, siempre caí en la seducción de sus relatos.
Algo parecido sucedió con otro de mis ídolos: el Tatú, mi abuelo. Jamás leyó a Bukowski, ni siquiera leyó a Cervantes, apenas pasó unos meses en la escuela. Pero él también sabía de caballos. Nació y murió en el campo.
Entonces apareció Fullester. El purasangre tostado criado por mi abuelo para correr en el hipódromo de San José. Ese mismo nombre que de repente leí en un poema, otro género que engrandeció al escritor maldito. Según parece, fue al único caballo que Hank apostó diez veces en la misma tarde, y no logró ganar en ninguna.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Una cabeza en el botiquín

por Tito Apostos

Un recital puede cambiar las cosas, para siempre. Pero nadie pudo anticipar que ese recital sería el de Peter Murphy, y mucho menos, que sería en Montevideo.


Encontrar una historia

Quizás por un hecho fortuito, o tal vez a causa de una decisión premeditada, ya lo sabremos. La cuestión es que aquella noche me tocó estar allí, y a pesar de mi débil memoria aún conservo algunos recuerdos. Fue un martes de agosto y si bien en los días anteriores, el frío de Montevideo era un insulto para los huesos, cuando el calendario marcó el 13, las temperaturas se acomodaron en busca de una tregua, pasajera. Aclaro que recuerdo lo del clima, y que el día era martes, nada más. La fecha es cierta, pero no está registrada en mi memoria. La sé porque en el bolsillo tengo un calendario y ese día está marcado con rojo, además le agregué una flechita que me lleva a las palabras: show Murphy - ocurrió - real - Marcos.

Una semana antes de esto, asistí a la primera clase del taller de periodismo. Si bien vivo en la capital uruguaya, viajo semanalmente a Buenos Aires ya que las clases se dictan en esa ciudad.
(Está bien, lo que estoy contando puede parecer carente de sentido, pero les pido paciencia, gracias.)
Como decía, en un momento decidí que mi vida necesitaba un cambio. No voy a explicar las causas más o menos fundadas por las que decidí tal cosa, de todas formas confío en la decisión y por eso hoy escribo desde esta ciudad repleta de gente apurada y publicidad, de embotellamientos y comida rápida, de cultura y banalidad. En cambio mañana voy a estar nuevamente en la calma ciudad con vista al mar, donde, según parece, el tiempo pasa más l-e-n-t-a-m-e-n-t-e.

Nunca antes escribí una nota, ni una crónica, ni siquiera un titular. Me parece que es algo muy difícil. Tal vez en parte ese sea uno de los motivos que me llevaron a encontrar en el periodismo el camino de salvación para apartarme de mi profesión actual. ¿Ustedes saben cuál es mi profesión actual? Bueno, yo tampoco. Pero lo que pienso, es que uno tiene que escribir cosas que interesen, al que escribe o a otros, nada más. Y si yo vengo con algo que se deja leer, y que además despierta cierta clase de atención en el lector, entonces vale. Agrego también que el hecho de escribir me interpela desde lo psicológico. Vencer las dificultades que presenta la hoja en blanco es todo un desafío. Es como si alguien me estuviese apuntando con un rifle, y la única forma de evadir las balas sea escribiendo una palabra tras otra. Pero como también soy ambicioso, me gusta esquivar los proyectiles bailando. Lo gracioso es que nunca planifico hacia donde voy, entonces está eso de que la historia puede derivar hacia cualquier lado. Todo un riesgo, pero si lo aceptan, continúen leyendo. ¿Lo entienden no? Es psicológico.

Así es. Sin saber de qué escribir, ni cómo hacerlo, en la primera clase me lancé al ruedo.
- Yo puedo hacer la cobertura del show de Peter Murphy en Montevideo! – exclamé casi desesperado y todos me quedaron mirando, creo que se asustaron. Porque mis compañeros ya tenían nota asignada y yo, por no hablar a tiempo, quedé sin nada. Sí, posiblemente por vergüenza, o por nervios, o de idiota no más. Y el docente, un veterano en esto de las letras, con lentes de cristales gruesos que le hacen los ojos chiquitos pero sirven para que uno no se concentre en sus dientes amarillos, me aprobó: está bien, usted se encargará de cubrir a… cómo dijo? Murphy? Y yo respondí: sí, Peter Murphy, el cantante de Bauhaus. Y él anotó algo en su pequeña libreta. Salí de allí con una misión.

Y ahora, volviendo a ese martes 13 de agosto, en una Montevideo no tan helada, llegaba la hora de poner manos a la obra. El espectáculo del músico británico sería en La Trastienda. Eso se sabía desde un par meses atrás. Es que el anuncio de semejante visita a la ciudad, generó gran expectativa en los aficionados a la cultura rock en general y a los seguidores de Murphy en particular. El nombre de la gira es Mr Moonlight Tour, y se sustenta bajo la excusa de los 35 años de Bauhaus, la banda que integró y lideró Murphy, y que influyó fuertemente en lo que luego se conocería como rock gótico.

¿Cómo venimos? ¿Sigo? Bueno, yo pregunto porque tengo miedo de incomodarlos o aburrirlos. Ya les conté como me pone todo esto de escribir cosas. Ta, bueno, sigo.

Con la clara consigna de hacer algo periodístico con el recital, a eso de las 21hs me presenté en La Trastienda. Para confirmar eso de la ambición que mencioné más arriba, a esa altura no tenía solamente interés en llegar a la próxima clase con una buena nota sobre el show, sino que, había doblado la apuesta y ya mi deseo era obtener una entrevista en exclusiva con el “padrino gótico”.

Así que les cuento. Atravesé el primer control de entrada, y fui hasta la puerta que queda justo al lado de la boletería. Allí estaba una mujer con una planilla en la mano. Me presenté, le comenté que tenía la audaz idea de llegar a entrevistar a Murphy, pero que con su ayuda tal vez fuese más fácil. Me respondió que la producción no habilitó ninguna entrevista para esa fecha. Y qué, si quería tener suerte como periodista, nunca debería ir a pedir una entrevista una hora antes de que el entrevistado saliera a escena. Le agradecí el consejo, y le pregunté por donde ingresaba la prensa, más que por saber el lugar de ingreso, por no pagar la entrada. Ya con un gesto no tan amable, me respondió que los pases para la prensa ya habían sido otorgados en su totalidad, y que si quería ingresar, debería abonar el valor de la entrada. Parecía que la suerte no estaba a mi favor, así que pagué los $ 1.000 y entré.

Para que se den cuenta, el sistema funciona con esa lógica: para llegar a donde quieras, tenes que tener suerte o plata; pero para tener suerte tenes que tener plata. Ojo, eso lo fui aprendiendo con el tiempo, así que no te preocupes si no lo entendiste, paciencia (o suerte).

Entré poco antes que los teloneros RRRRRRR montaran su número. De ahora en adelante los llamaré Teloneros 2. Me resisto a repetir su nombre, ellos dicen que vieron pasar un auto y asociaron el sonido del motor a todas esas erres, y les gustó para nombre de banda. Como espectador me parece que fue algo desconsiderado de su parte, por no decir espantoso. O sea que –y a juzgar por lo que vi- quedé prisionero de esos imitadores de Bauhaus. Bueno, nobleza obliga a aclarar que tienen temas propios y que también versionan temas de Joy Division. Pero más vale perderlos que encontrarlos, eso diría mi abuela si los viera tocar. Ella, mi abuela, nunca escuchó música pero tenía una gran capacidad para ‘sacar fichas’ casi de inmediato. La extraño.

Mal o bien, los teloneros cumplieron su cometido. Antes del ingreso de Murphy el público estaba ansioso por escuchar al mítico frontman. La fecha fue un poco rara en cuento a la grilla de artistas, porque también se anunciaba como teloneros a Dos Daltons, el dúo conformado por Pedro Dalton y Marcelo Fernández, los también integrantes de Buenos Muchachos. Si bien tengo cierto encanto con su propuesta musical, esa vez me los perdí porque tocaron muy temprano, a las 20.00hs parece. Supongo que a esa hora Pedro recién se levantaba, esta vez lo hicieron madrugar.

Desconozco si una nota periodística admite espacio para la publicidad pero aprovecho para anunciar que en octubre Buenos Muchachos se presentará en el Teatro Solís, sí, en el mítico teatro, con un show que dieron en llamar: Antídoto. No me lo voy a perder. Y si en el taller me siguen aceptando como alumno, tal vez hasta me ofrezca para hacer la cobertura. Repito: ambición.

Entre la bajada de Teloneros 2 y el ingreso a escena de Peter, pasaron varios minutos, cuarenta y seis para ser más exacto. En ese rato, los técnicos aprovechaban para ajustar los últimos detalles antes de la función. Afinaban los instrumentos una y otra vez, inspeccionaban los micrófonos, pegaban papeles en el piso con el detalle del setlist y por qué no, jugaban con la expectativa de quienes estábamos debajo.

En un momento, hizo su aparición en el escenario una rubia bastante simpática, con una cartera cruzada, que me hizo acordar a la malvada hija de Chuck Berry cuando se hizo presente por estos lados. Pero ella era rubia, más joven y bonita. Olviden lo de simpática, porque creo que era una risa nerviosa.
Lo primero que hizo fue aclarar que no hablaba español. Ahí comprendimos los motivos de la presencia de un hombre morocho, con algunos kilos de más con los que inflamaba la camisa blanca que llevaba puesta.
Cuando la mujer terminó de disculparse por su problema con el idioma español, varios de los presentes se imaginaron el peor de los mensajes: “Peter Murphy tuvo complicaciones físicas debido al cansancio acumulado y no tuvo otra opción que suspender la fecha en Montevideo. Pasen por boletería a devolver las entradas y le reintegramos su dinero”. Pero no, quienes pensaron eso estaban equivocados. Ella hizo uso de la palabra para promocionar el nuevo disco de Peter que estará próximamente en las disquerías. Creo que en febrero.

Para que tengan una idea de cómo estaba el ambiente en La Trastienda, les digo que la rubia y el gordito se fueron aplaudidos. Ah, él tradujo lo dicho por la blonda, pero nadie le prestó atención. Blonda es una palabra horrible.

El tiempo seguía corriendo, pero las luces encendidas daban la pauta de que el británico no estaba pronto para salir. Volviendo a la cuestión de mi nota para el taller, y considerando que la idea de presentar una entrevista se esfumaba, tenía que agudizar mi ingenio para conseguir una temática que estuviera vinculada a esa noche y hablara algo de Bauhaus. De todas formas, les comento a ustedes que mi única pregunta para Murphy era respecto a su vínculo con el guionista de comics más relevante en la historia de ese género: Alan Moore. Pocas veces leí algo sobre la relación que mantuvo el escritor con la banda, de ahí mi interés. Ese dato me lo pasó un amigo, y fue de mucha ayuda, sépanlo. Pero bueno, esa pregunta tal vez encuentre respuesta en el futuro. Por mi parte, aviso que no voy a bajar los brazos.

En cuanto al panorama general de la sala, se puede decir que la tercera parte del público estaba vestida de negro, con labios y ojos pintados en tonos oscuros y algunos se arriesgaban al contraste de usar base blanca en el rostro. Los dos tercios restantes, se conformaba por seres humanos mayores de cuarenta años. Eso del público veterano siempre sucede con aquellos artistas a los que su seguidores les rinden culto. Porque en esas fiestas, más que disfrutar de la obra, ellos van a buscar las sensaciones que encontraron mucho tiempo atrás pero que algunos nunca volvieron a experimentar, excepto al escuchar esos discos, claro.

El párrafo anterior está mal escrito y tal vez no se comprenda pero puede esconder un concepto clave. Aviso.

Y mientras yo miraba a todos los rincones buscando algo interesante para contar en mi artículo, los músicos salieron a escena. Qué emoción.

Peter Murphy cantó en Montevideo y yo lo escuché

Con un traje a medida, tal vez con algunos gramos de más pero muy bien disimulados, y con un estilo que lo distingue, Peter Murphy se asomó con firmeza. Lo rodeaban un violinista/bajista, un guitarrista y un batería que intimidaba con sus brazos gruesos apretados por una remera negra.

El sentido artístico emana del escenario, cualquiera puede apreciarlo. Eso es Murphy: un artista; y así lo expresó en Bauhaus, una banda que con su música alcanzó nuevas fronteras para redimensionar el punk.

Abrió fuego con King Volcano y de inmediato el público acompañó con el coro.
Aprovechando esa energía debajo del escenario, el cantante acercó el micrófono a las primeras filas para amplificar las voces de quienes vibraban por la adrenalina de escucharse en uno de los temas del enigmático artista. Curiosamente, o no tanto, en esas filas próximas a Peter, se encontraba Lady Ego (el/la líder de Teloneros 2), que hacía muy poco rato y desde arriba del escenario, había intentado generar -vaya uno a saber si lo logró- el ambiente propicio para la aparición de Murphy.

Acá me gustaría acotar algo como que escuchar todas esas voces sumarse a la oscura armonía propuesta por Peter, es una experiencia inquietante. Interpela los sentidos, muestra tal vez el lado más primitivo de la música, porque nadie sabe de dónde sale eso que hace erizar la piel, cosa que abre el espacio a la discusión. Por ejemplo, en un cuento de Abelardo Castillo (Noche para el negro Griffiths), el negro Griffiths tararea un fragmento de La Gran Marcha, tema de su autoría, pero él dice que desconoce ese fragmento. Y cuando se le cuestiona sobre cómo puede ser que no conozca algo que él mismo compuso, argumenta que “la música está desde antes que uno, desde siempre. No se hace más que encontrarla.”

Otra cosa difícil de explicar fueron los errores del sonidista. Se confundió, los nervios le ganaron, tenía los oídos tapados, o bueno, alguna otra razón, pero falló. La voz no se escuchó con el volumen adecuado. Estuvo bien cuando enterró a Lady Ego, ¿pero opacar el hermoso caudal de Murphy? No, eso no tiene perdón. Los primeros tres temas sonaron con la voz escondida detrás de todos los canales, tanto de guitarra como de bajo. Además, teniendo en cuenta el efecto reverb utilizado para decorar sus cualidades vocales, el impacto negativo provocado por la mala gestión del sonidista se multiplicó. De todas maneras, el arranque con King Volcano fue muy propicio como antesala de todo lo que vino después.

El segundo tema fue Kingdom’s Coming una canción que lleva a interpretar algo así como que el cielo se abrirá, tal vez anunciando una epifanía. Sin dudas es un buen punto de aproximación a lo que sucede con la propuesta musical de Murphy. El tema terminó luego de escuchar como el guitarrista raspó con ganas su instrumento.

Los dos temas con referencia a la realeza dieron paso a una seguidilla de tres canciones provenientes del In the Flat Field.
El siguiente fue Double Dare y se erigió sobre una línea de bajo en movimiento hacia un lado y hacia otro. Con ecos vocales. Mientras que la letra invita al desafío de ser real sin acobardarse. La voz, en este caso, sonó fuerte y desgarradamente apasionada. Ese el punto de inflexión respecto a los problemas de sonido que comenzaron a solucionarse.

Sin pausa, vino In the Flat Field (el tema) y emocionó. A mitad de la interpretación, cuando la voz se une al resto de los instrumentos para formar una bola poderosa capaz de mover a un elefante dormido, todos saltaban acompasadamente. Excepto por la señora que estaba con muletas, contra la pared del lado izquierdo, que no pudo saltar, pero exclamó: Murphy es dios! Y lo hizo sin saber cuál era el tema que venía después. Así, la banda se despachó con, si se quiere, el tema más joydivisionano de la noche.

Obviamente las muletas no le proporcionaban un confort adecuado a la señora, entonces buscó un lugar libre contra la pared, para recostarse un poco, pero no pudo. Desde el escenario comenzaron a sonar los primeros acordes de A God in an Alcove. Recordemos que en esa canción primero canta: He's a God in an alcove y después termina Now I am Silly. El azar estuvo del lado de la señora que no logró acomodarse para descansar pero la banda le brindó una gran satisfacción. El clima ya era el apropiado para que Murphy se quitara el saco y quedara en camisa. Abajo irrumpió el pogo, y muchos también quedaron con sus abrigos en las manos.

Todos contentos, pero yo seguía sin entrevista, y sin saber qué contarle a ustedes, queridos lectores.
En un momento pensé en comenzar a gritar: Murphy! Murphy! Alan Moore, Murphy!
Porque tal vez eso funcionaba como palabra clave para abrirme una puerta del camerino, pero debí descartarla, no por lo descabellada sino porque mi voz no se iba a escuchar.

Sigamos.

Antes de dar paso a Silent Hedges con la juguetona línea de bajo, tuvo lugar una breve presentación de los músicos: comenzando por Nick Lucero (batería) luego le tocó el turno a Emilio China (violín electrónico y bajo) y Mark Gemini (guitarra).
Luego (y previo a retornar con canciones del primer disco), hicieron una visita por Endless Summer of the Damned del disco Go Away White que después de muchos años reunió a la banda para su lanzamiento en el 2008. En este caso la versión sonó más cortada, con énfasis en los fuertes golpes del batería Lucero. Fue un momento que el público aprovechó para disfrutar de la teatralidad del show, y el pogo momentáneamente se calmó.

A Strange Kind of Love, uno de los temas perdidos en el repertorio de esta fecha, ya que pertenece a Deep -el tercer disco de Murphy en solitario- comenzó con una bella melodía de violín.

Mientras Murphy concentraba la atención del público al estar espalda con espalda junto al guitarrista, los técnicos acomodaban en la mitad del escenario una caja de sonidos para que comenzara, quizás, el tema más esperado de la fecha.

El caballero de la noche y padrino de los góticos sustituyó la guitarra por unos anteojos y convirtió la caja en su instrumento. Sonidos de todo tipo escapaban y rebotaban contra las paredes de la sala. El eco daba a los presentes una experiencia extrasensorial.

Nuevamente el público coreaba con el micrófono bien cerca de sus rostros. Al finalizar, todos aplaudieron celebrando además de la interpretación, la versatilidad del artista. Es que fueron testigos del clásico Bela Lugosi's Dead. Aquí fue imposible evitar la imagen de aquella escena con el mejor intérprete de vampiros/dráculas sentado en un descapotable junto Johnny Depp. Si se quiere, el mejor intérprete de Ed Wood, y también, si se quiere: el mejor Ed Wood.

Y para no detener semejante clímax, y disfrutar hasta lo último, continuó con Kick in the Eye. Luego sí, se dio satisfecho con la respuesta de la gente y él también aplaudió y agradeció con un “Bravo!” en un español bastante claro.
Pero perdón, un artista con semejante talante no se da por satisfecho, no. Sin detenerse comenzó a sonar otra de las grandes canciones de Bauhaus: The Passion of Lovers, y el público se desbordó.

El espectáculo estaba en lo más alto. La energía necesitaba puertas de escape. El techo corría riesgo de levantarse. Así se estaba cerrando la primera parte del show, pero todavía faltaban dos temas más del primer disco: Stygmata Martyr con Murphy tocando la guitarra eléctrica y luego Dark Entries para enloquecer al pogo, sellar el cierre de la primera parte y dejar lugar a los bises.

Luego de un breve corte, seguramente para tomar alguna vitamina o líquido que les permitiese a los músicos afrontar la última parte, volvieron con el oscuro y profundo Hollow Hills. Uno puede llegar a pensar que el lugar de este tema, casi al final del setlist, es a propósito, ya que lo que genera es un abrazo a la distancia entre el público y los músicos que lo hacen posible. 

Al comenzar la recta final, Murphy tuvo la gentileza de agradecer al público y expresar que estaba muy contento de estar en Uruguay.
Para darle algo más pop a la noche, y verificar su singularidad como artista al recorrer múltiples estilos, comenzaron la parte final del viaje con All Night Long, otro tema del Murphy en solitario.
Y si en La Trastienda quedaba alguno sin emocionarse, llegó el turno de I'll Fall With Your Knife, otra muestra de su carrera en solitario, pero en este caso de los 90’. Y sí, no quedó nadie sin cantar. Es muy probable que lo recuerden, porque con este tema, Mr. Murphy no escapó del circuito comercial.

Y él también eligió la mejor forma de terminar su noche. Con el epílogo, con Subway. Tema que se encuentra en un disco muy raro, tal vez el más personal de toda su carrera. El Dust del 2002, fiel reflejo de su paso por la cultura de ese país con un pie en cada continente: Turquía.

Para terminar la noche incorporó los teclados a escena, y comenzó a ejecutar los sonidos que fueron conformando varias pistas. El cierre fue con un delirio musical. Esa fue la mejor forma, posiblemente exista consenso entre el público. Es que se sucedieron solos de guitarra, el batero lanzó sus palos a la marea que agitaba más próxima al escenario, y juntos se retiraron a los camerinos. El teclado continuó sonando en solitario, sin músicos, pero con un público extasiado.
           
Con una duración de poco más de hora y media, el espectáculo tuvo altibajos. Por razones técnicas o porque resulta muy difícil mantener el nivel de esos puntos altos que logra la performance de estos artistas sobre el escenario.
Si esto se evaluara desde el gusto personal -como corresponde- posiblemente se señale la ausencia de hermosas canciones como Crowds, Spirit o Nerves, pero eso no es lo importante. El dilema central, y lo que realmente me interesa, no es aquello que faltó. El problema, es que las canciones se terminaron, los músicos se fueron del escenario, el público comenzó la retirada, y yo no encontré nada para contar.


Cuando no conocemos lo que buscamos

Entonces salí de La Trastienda, y me quedé junto a la puerta, sólo y desorientado. Sintiéndome en falta conmigo, con el docente, con mis compañeros y fundamentalmente con ustedes, mis lectores.

Sin muchas ideas de cómo seguir, hice lo que corresponde en esas situaciones. De mi campera saqué una cajita que dice “Emergencia”, la abrí, con mis dedos tomé el porro grueso que estaba allí, como escondido y le di fuego. Me relajé y pensé en la palabra mágica: “esperar”.

Fueron cuatro las caladas, y fueron suficientes. Antes de dar la quinta lo descubrí. En la vereda, a pocos metros y hablando con una chica, estaba él. Uno de esos tipos que parecen vampiros y meten miedo a las viejas. Llamó mi atención porque, además de su vestuario, tenía la cara con un poco de maquillaje, pero además no hablaba. Sólo movía la cabeza como respondiendo, afirmando o negando a lo que la muchacha que estaba con él le decía.

Apagué el porro y fui directo a encararlo. Me acerqué con paso lento y agachando un poco la cabeza como en señal de respeto. Lo saludé con un “buenas”. Y en seguida le hice un breve resumen de mis andanzas periodísticas. Antes de terminar el speech que parecía que lo tuviese ensayado por años, le pregunté directamente si accedía a convertirse en el entrevistado de la noche, pues necesitaba sí o sí tener algo para presentar el lunes, y tal vez la nota versara sobre el vínculo entre los góticos y Bauhaus, o entre lo góticos y el mundo, como para no andar acotándonos.

Y él gentilmente accedió. Pero algo en su respuesta sonó muy extraño. Después de presentarse como Marcos y de aceptar la propuesta, hizo un sonido singular, entre dientes, como un pitido pero con t. Fue algo así: tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Culpé al porro y le quité trascendencia. Marcos sugirió que la entrevista fuese en El Torpedo, bar que queda a un par de cuadras y hacia allí partimos.

Mientras caminábamos aprovechamos para hablar del show. Al ver a Murphy en vivo cumplió un sueño, dijo. A diferencia de su comportamiento en la puerta de La Trastienda, él no paraba de hablar, estaba muy excitado por lo que acababa de presenciar. Yo no lo quería cortar, pero notaba que la conversación se me iba de las manos, ya que en un momento empezó a hablar de cada uno de los discos de Bauhaus, a describirlos tema por tema, y no me permitía meter bocado (el efecto del porro tampoco me permitía hablar, puedo pensar mucho estando de faso, pero es como una mordaza). Llegamos al bar.

Esto no sé si sucedió o es puramente una elaboración imaginativa, pero apenas nos sentamos, se nos acercó uno de los mozos, y preguntó: - qué van a llevar?
A lo que Marcos respondió: -no vamos a llevar nada, vinimos a tomar una cerveza, acá. Y otra vez, emitió el tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Sin reparar en el pitido, el mozo agregó:
- muy bien, pero miren que cerramos en tres horas, después no digan que no les avisé.
Demoró un par de minutos, volvió y apoyó la cerveza, golpeando en seco contra la mesa. Ambos lo miramos a los ojos, él hizo un leve movimiento con sus labios, y se alejó.

Y Marcos volvió sobre Murphy: -Qué increíble. La verdad fue formidable. Nunca creí que iba  a verlo en Montevideo. Si mi madre estuviese viva…

Entonces como una chispa que tímidamente se enciende pero que luego se convierte en un incendio forestal, ese último comentario me avivó para saber dónde se escondía lo interesante del entrevistado. Continué atento a eso, sin perder de vista el objetivo y mantuvimos el tono de conversación.
Me contó un montón de cosas. Tiene 45 años, trabaja como diseñador gráfico y web, freelance. Es bisexual, y habla en modo: monótono y suave. Creo que eso no le importa porque es como si él mismo supiera que lo relevante está en lo “qué” dice, y no en el “cómo” lo dice.
Fue muy abierto. No tuvo reparos en hablarme de temas tan personales. Realmente no pensé que fuera a lanzarse así con un desconocido. Tal vez el punto de ser entrevistado por un periodista (bueno, eso fue lo que le dije cuando me presenté) le dio cierta confianza.

Describirlo físicamente no es tarea compleja. Usa un cerquillo que termina en punta, achatado y peinado con gomina hacia la izquierda. Su cara no representa la edad que tiene. Vivió siempre en Montevideo, excepto los seis meses que pasó en la casa de Tomás, en Buenos Aires. Eso fue a finales de los 80’ cuando estaba descubriendo nuevas fronteras en su sexualidad. Aquellos fueron tiempos muy duros para él, asumir que también le interesaba relacionarse con personas de su mismo sexo, lo llevó a hundirse aún más en el aislamiento provocado por pertenecer a una subcultura no tan compartida por el resto de la sociedad.

Cuando le pregunté si recordaba desde cuando es dark, me respondió que desde siempre.
Y agregó:
«Fue raro, durante mi infancia, en la casa de mis padres, me pasaba de encontrar discos como si estuviesen escondidos por los rincones, pero en pocas oportunidades los escuchaba sonar. Muchos años más tarde me enteré que mamá los guardaba como un pequeño tesoro y los cuidaba  del daño potencial en manos de mi padre. Es que mi viejo fue un tipo muy jodido. Una figura muy conservadora, un hombre de leyes, siempre impuso montón de límites pero sin llegar a explicitarlos con palabras. Y eso es lo peor, lo que no se dice es lo peor».

Más tarde, esa situación derivó en que la relación entre ambos, padre e hijo, no fuera buena, sobre todo después de que Marcos comenzó a vestir sus párpados con sombra negra.

En un momento se me ocurrió preguntarle por sus raíces musicales, y afortunadamente obtuve una muy linda respuesta. Ahora la suerte estaba volviendo a mi cuerpo (y el porro se estaba yendo).
Cuando escuchó Wild is the Wind por Bowie encontró en esa forma de interpretar la letra, algo muy oscuro y profundo. Luego llegó el turno de maravillarse con Perfect Day de Lou Reed. Esas canciones marcaron el camino, el único que pudo tomar, para soportar la posibilidad de no tener posibilidades.

Y apenas terminó de comentar eso, volvió a hablar de su infancia como si un recuerdo se le pasara por la cabeza y sin vincular un tema con otro, dijo cambiando su tono de boliche a algo parecido a un discurso:
«Atravesar la niñez y adolescencia en una cultura dominada por la dictadura no es una experiencia que se pueda explicar por la referencia a hechos puntuales.
Es más bien una sucesión de acontecimientos nefastos, de noticias cargadas de miedo, un continuo despertar sin futuro porque justamente los generales con bigotes gruesos intentan que el pueblo viva en el pasado. El orden y lo establecido no alientan la búsqueda de lo desconocido; más bien intentan truncar las chances de acceder a eso que todavía no llegó. Esos tiranos que imparten injusticia: se paran en el pasado para someter en el presente. Algo así es lo que pienso, pero nunca puedo llegar a procesarlo del todo, porque cuando recuerdo aquella época, pierdo lucidez.»

No sé si ahora a ustedes les pasará lo mismo, pero cuando escuché a Marcos decirme eso, quedé perplejo. El recital de Murphy estuvo muy bueno, pero el gran acontecimiento de la noche, para mí, fue todo lo que vino después. Sinceramente no me lo esperaba.

La cerveza se terminó, mejor dicho, yo la terminé porque él no bebió ni una gota. Yo quería seguir descubriendo lo que había detrás, en lo profundo de aquel ser que se desnudaba ante mi con la bondad de una piedra a punto de ser esculpida. Jo, a veces sí que logro escribir buenas cosas.

Cuando le pregunté si pedíamos otra birra, nuevamente volvió a sorprenderme.
- Mirá  -me dijo-  si querés te invito a mi apartamento para que te hagas una idea más acabada de cómo vivo, y de lo que hago.

Confieso que algunas de esas palabras me asustaron, y que no pude evitar asociar la invitación con su bisexualidad pero en el tono hubo algo que me tranquilizó y acepté. También me quedé con culpa por dudar de un tipo que estaba colaborando conmigo de forma tan desinteresada. Soy un miedoso, un miedoso culpable, es bueno que lo sepan.

El apartamento era parte de un edificio viejo, de esos con ascensores parecidos a los del Titanic. Estaba en un cuarto piso. Las lamparitas que apenas alumbraban convertían los corredores en pasillos tenebrosos.

Llegamos al apartamento. La puerta estaba sin llave. Entramos. Era muy amplio, pero la característica luz baja se repetía. Logré divisar que las paredes estaban pintadas en tono carmín. En los muebles, la ebanistería delataba que pertenecían a una época lejana. Y en medio de la pared del comedor, había un retrato de una mujer, de unos cincuenta años. El rostro de la señora compartía facciones con la cara de Marcos. En la imagen, llevaba el pelo suelto y canoso.

Yo me senté en un sofá cubierto por una sábana blanca. Él me trajo de la cocina un vaso con agua, disculpándose de no tener otra bebida para ofrecer y aclarando que no ingiere alcohol. Ahí mis nervios crecieron en peso y tamaño. No entendí entonces por qué en el bar pidió una cerveza.

Tomó asiento en una silla, en la única silla que pude ver y me preguntó:
- bueno, ¿y ahora qué?  ¿cómo sigue la entrevista?

Honestamente pensé que se estaba yendo todo al carajo. Que la entrevista no era una entrevista. Que yo no era un periodista. Que Murphy no era Murphy y que Marcos era un violador-asesino-serial que organizó el taller de periodismo y el show en La Trastienda para convertir en infierno mi paraíso. Pero sonó la campana, o el pitido.

- Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiii -  escuché entre dientes de Marcos, y agregó – si querés te cuento como fue que escuché a Bauhaus por primera vez, es una historia muy interesante.

Y respiré profundo, moviendo mi mano para darle paso a su historia. Lean con atención. Su relato impresiona.
 
«Empiezo -dijo, y continuó- fue  en 1984, en una fría noche de invierno, antes de salir a recorrer las calles de Montevideo con Nadia y Lucas, mis amigos de juerga por aquel entonces, pasé por la habitación de mamá a despedirme y avisar que salía. Justo antes de golpear la puerta de la habitación, escuché el sonido de un bajo pesado y pegajoso. Eso me impresionó. Y de repente escuché una voz que saltó bien alto y cantó:

the passion of lovers is for death said she
the passion of lovers is for death
the passion of lovers is for death said she
the passion of lovers is for death…

Quedé perplejo, mientras esperaba que la canción terminase, el pasillo de la casa se convirtió en un sótano oscuro, colmado de gente vestida uniformemente, de negro. En las paredes había muchos grafitis, en varios de ellos el concepto común era la muerte, y por todos los rincones el nihilismo estaba presente. Al fondo del sótano, la presencia de una figura andrógina cantaba las mismas estrofas que yo estaba escuchando.

Fue algo así como una epifanía.

Pero no terminó así. Eso que llegaba a mis oídos en aquel sótano, me llevó a viajar una vez más. La letra de la canción convirtió la escena en un cine, muy privado y solitario. Estaba yo, sólo, frente a la pantalla. La luz reflejada por la pared componía imágenes que me ubicaban en un lugar no tan oscuro pero con un continuo transcurrir de luces y sombras. La película -mejor dicho, las fotografías- se sucedían unas a otras. En ellas, veía a mamá y a mi padre. En apenas unos segundos, y como si fuese un cartel publicitario que cuelga de la cola de un avión, se presentó toda la cronología de su vida en pareja. El noviazgo marcado por la sonrisa de mi padre y gestos de admiración en el rostro de mamá. El casamiento, con ellos dos mirándose a los ojos, sonrientes. Y luego la vida en pareja, que, a contraste de todo lo anterior, mostraba a dos personas separadas, unidas solamente por el encuadre de la foto. Mi padre cambió gestos alegres por puños contra la mesa. Mamá mutó de la admiración al miedo. Y la canción terminó.

Con la perplejidad a cuestas, empujé la puerta y encontré a mamá de espaldas. Estaba sentada frente al tocadiscos Hitachi que tenía sobre la cómoda y se hamacaba suavemente, adelante y atrás.
Me acerqué con cautela, toqué su hombro izquierdo. Ella se sobresaltó pero cuando me vió, respiró profundamente.
- ¿Qué es esto que suena? - pregunté.
- Es Bauhaus - respondió ella. Y a continuación agregó: - por favor no le cuentes a tu padre.

Esa noche no salí. Me quedé con mamá, escuchando Bauhaus. Aquello ocurrió un lunes y se extendió hasta antes de la medianoche, cuando llegó mi padre, la autoridad, el embajador del miedo.»

Y con esas palabras, Marcos terminó de contarme una de las historias más duras y emotivas que escuché en la voz de un tipo. Para él, contarlo también fue una experiencia dolorosa. Apenas terminó, noté que los ojos se llenaron de lágrimas. Por vergüenza o para buscar un lugar que le permitiera largar el llanto, se levantó y fue al baño. Yo me quedé sentado, en el sofá, más perdido que al principio, que al principio de mi vida digo.

Pasaban los minutos, y él no volvía. Yo no lo quería interrumpir, mi corazón latía fuerte, es verdad, pero preferí aguantarme en el molde. De nuevo, la palabra mágica: “esperar”. Esperar, esperar, esperar, hasta que el sonido se hizo presente: tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Otra vez yo, respondiendo a algo que no sabía lo que era. Me levanté, intenté dar pasos sin hacer ruido.

A medida que me acercaba, escuchaba un murmullo, era imposible identificar en qué lenguaje o dialecto hablaba esa voz en el interior del baño, tenía algo en común con la voz de Marcos pero no era idéntica.

La puerta del baño no estaba completamente cerrada, eso me permitió ver lo que ocurría adentro. En el espejo del botiquín se reflejaba la cara de Marcos, con lágrimas transitando por sus mejillas, corriendo el maquillaje. Él movía la boca al ritmo del murmullo, eso me desconcertó porque hasta ese momento estaba convencido que no era Marcos el que balbuceaba.

Yo contemplaba el absurdo de esa situación hundido en un mar de desconcierto. Nada de eso daba crédito a la racionalidad. Y verme espiando a alguien con ese nivel de locura me hacía pensar que yo mismo estaba elevando el absurdo a la enésima potencia. Hasta que en un momento: silencio.

Marcos dejó la boca semiabierta pero sin emitir ningún sonido. Quedó mirándose fijamente al espejo, como si estuviera escuchando con los ojos. Fueron unos segundos que parecieron siglos, hasta que el llanto desgarrador irrumpió con intensidad. Volvió a hablar sin murmurar, y preguntaba con rabia: ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?
Y luego cambió por un definitivo: BASTA!
A continuación, manteniendo la voz cortada y apoyado contra el espejo agregó:
-hoy vi a Peter, mamá, hoy lo vi, pero dejá de llorar, no tengas miedo mamá, no se lo voy a contar a él, a mi padre.
Y al apartarse del espejo, noté como la puerta del botiquín se abría, y en el interior pude ver unos mechones de cabellos canosos, iguales a los del retrato que estaba en el comedor, y como si fuese un maniquí (al menos eso intenté creer) una cabeza se asomaba y estaba a punto de caer. Marcos que se encontraba arrollado, en el piso, llorando no se percató de que fui testigo de toda la escena, y tampoco me importó. Porque antes de confirmar que lo que cayó a la pileta era una cabeza, salí corriendo o volando, eso no lo sé.

Después de estar a varias cuadras del edificio, me senté en el cordón de la vereda, intentando tranquilizarme y confirmar si lo que sucedió en aquel baño fue real. Pero sin meditarlo mucho más, llegué a concluir que real o no, aquello sucedió, y yo fui testigo o rehén de la situación. Por fin tenía la historia. Ahora empezaría la dura tarea, tal vez la más difícil, de animarme a contarla.