domingo, 19 de mayo de 2013

Cuando los libros cantaron


El 18 de mayo de 1980, Ian Curtis, el líder de Joy Division decidió poner un punto en las páginas de su historia. En el preámbulo a esa última decisión, estuvo Curtis sentado frente a la TV viendo Stroszek (de Werner Herzog) y en la banda sonora de su despedida, para sellar el mito, sonaría The Idiot (de Iggy Pop). En Control (1/2 y 2/2), la película dirigida por Anton Crobijn (que goza de un casting casi perfecto) aparecen estas y otras referencias, tratando de hacer justicia a lo que fue la vida de quien hace ya treinta y tres años buscó calmar sus crueles tormentos.

 
Pequeño como uno de tus huesos 
Así, así es Mayo.1 

Esos son los vértices de la historia que ahora paso a contar. El viernes 17 de mayo de 2013, fui invitado a la librería El Inmortal, para participar del happening que tendría lugar allí mismo, también esa misma noche.  (Comienza el espacio publicitario) En realidad la convocatoria era para la librería Rayuela, que es como parte de la misma empresa pero con otro nombre, supongo que para acceder también a públicos distintos, ya que la nombrada en primer lugar trabaja fundamentalmente en la compra y venta de ejemplares usados y en cuanto a comics, su oferta es destacada. Recuerdo que hace unos meses, fui a Rayuela buscando la novela de Pedro Dalton: La cara del ángel. En aquel momento estaba agotada (la edición, no la librería), pero la chica que atiende el lugar me pidió el teléfono y al mes siguiente me llamó para que pasara a buscar el libro. (Finaliza el espacio publicitario). Nunca más me volvió a llamar, desde entonces sospecho que todo se trataba de un simple y desafortunado interés comercial.
Antes de recibir el sms avisándome del evento para esa noche, mi único plan era salir del laburo, tomar el óminbus y llegar a depositarme sobre la cama, para levantarme muchas horas después. Es que los días anteriores estuvieron cargados de actividad y carentes de sueño.

Pero quien me invitó era el batero de la banda que cerraría la noche. A él hace mucho que no lo veía tocar. Desde siempre, sus capacidades musicales estuvieron en un estado de avanzada. El sábado anterior al viernes, estuvimos hablando sobre temas generales, por ejemplo nos detuvimos a comentar el último disco de QOTSA y los formidables clips que acompañaron su lanzamiento. Pero el tiempo aplicó su tiranía y la noche se fue sin permitirnos hablar de nuestros proyectos.

Yo seguí con la idea de que él estaba tocando la viola en una banda de música surf.

Con un frío que congelaba los huesos, a las 22.20 del viernes arranqué rumbo a Rayuela. Cuando llegué, luego de atravesar el largo pasillo con una de las paredes tapizadas por ejemplares de varios géneros, encontré el improvisado escenario. En escena estaba un dueto, compuesto por Jimmy Corrigan y Esteban Lussich. Según pude interpretar por el acento, Jimmy es nativo de Washington DC pero hace ya tres años que vive y expresa su arte en Montevideo. Llegó aquí por seguir los pasos de su novia (hoy ya su esposa) a quien conoció cuando ella visitó su ciudad natal metida en el Viaje de Arquitectura.

La sala, formada por dos rectángulos de no más de veinte metros cuadrados cada uno, estaba repleta. Una mesa cargada con libros quitaba mucho espacio en la sala contigua a donde se ubicaba el escenario.

No escuché más de dos temas, muy bluseros, no sé ni cuantos tocó. Pero ese par estuvo bien, y permitió una buena adaptación a ese hábitat, poco habitual para esta ciudad tan gris.

Al terminar me encontré con The Cheese. Él como siempre, llegó con su chica y su cuñada. Tienen muy buena onda, y siempre salen de a tres, por lo que si vos salís solo y los encontras, son los acompañantes ideales, al menos desde el punto de vista matemático.

El siguiente performer de la noche sería un poeta de Rosario (Dpto de Colonia), que la casa anunciaba como el último poeta maldito, y para esa noche tenía preparada la lectura de su obra cumbre “Los niños impunemente escapan del colegio”.
Mientras tanto, nosotros cuatro fuimos a respirar un poco de aire a la intemperie, sobre la calle Tristan Narvaja. Ya en la vereda, The Cheese me conminó a que echara un vistazo dentro del sobre que él abría cuidadosamente, con mucha lentitud.

Apenas la ví, supe que era la flor más linda que vi en mi vida. El aroma era tan fresco como una (comienza espacio publicitario) pastilla Halls (finaliza el espacio publicitario). El color verde me llevaba a imaginarme saboreando su humo espeso quemando las trabas mentales que sirven de reparo para durante el día no perder la cordura.

Tomó un poco de lo que tenía, y comenzó a dar vida y forma a un tremendo porro (petas de los gordos). Durante el transcurso del armado, llegó Lowry, el batero.
- Así que tocas con Bruno Stroszek! le dije.
- Sí hace un par de meses que estoy tocando con ellos.
- Ah, Bruno no es uno solo! - le respondí en tono jocoso.
- Jajaja, no, somos cinco.

Efectivamente, Bruno Stroszek, nace como banda hace ya unos años, en la capital de este país levemente ondulado. Y lo hace también a pesar, muy a pesar del pésimo sistema de transporte público que condiciona la vida de todos los que estamos obligados a salir al mundo para encontrar la pasión que nos motive a seguir adelante.

Esto último es una apreciación muy personal, pero igual lo destaco, porque también puede interpretarse que, a pesar de todos los males, en Montevideo la vida sigue dando lucha.
En paralelo, mientras yo buscaba en la biblioteca de mi memoria, además de ver los agujeros que la hierba verde provocó en lo que una vez fueron datos almacenados en ordenados estantes y hoy no es otra cosa que imágenes distorsionadas y embellecidas por una forma de hacer (y ser); mientras todo eso sucedía, el petardo gigante empezó su carrusel de alegría. Cuando llegó mi turno, aspiré de tal forma que la brasa se encendió en una llama que alcanzó los quince centímetros de alto y me quemó parte del pelo que cuando joven cubría mi frente y ahora la calvicie la dejaba al descubierto.

Me viene un temblor de pensar2

El porro dio varias vueltas a la manzana de los comensales. Y cuando llegó a mí por tercera vez, yo estaba dando vueltas. Estaba enloquecido. El primer síntoma del pegue fueron unas respuestas muy erráticas a preguntas puntuales, del tipo: ¿y? ¿hasta qué hora laburaste hoy?
En un momento de lucidez(?), entendí que lo mejor era no abrir más la boca. Y paso seguido me refugié en mi mente. Eso evitó que los síntomas salieran al exterior en forma de palabras. Pero continuaron saliendo, a partir de ese momento, como fuertes temblores. Luego los temblores se transformaron en una gran parálisis que me afectó la zona cervical y los brazos. Recuerdo que los brazos me quedaron pegados a ambos lados del cuerpo, como si fuese un milico de los blandengues, cuidando al Artigas que lucha por la independencia de mis noches.

Mientras yo temblaba, el resto del grupo jugaba en la rayuela que está pintada en la puerta de la librería. Jugar allí es muy difícil, porque el cielo, está justamente del lado más bajo de la vereda. O sea que uno llega al cielo, bajando. Pero a ellos no les pareció complejo adaptar el significado de los términos a esa realidad. 
Después de tropezarme varias veces a causa de la parálisis, y darme de trompa contra las rejas del supermercado que está en la misma cuadra, volví a reunirme con ellos.
Aunque no lo parezca, esa caminata me hizo muy bien, logró aflojarme. Si el lector nota que no está claro el momento en que me separé del resto y me fui a caminar, es porque yo tampoco lo registré y por ello no lo puedo contar, lo hice porque lo necesitaba, me fui sin avisar (pero fue por un ratito). Recuerdo que a la distancia, los cuatro me miraban y yo me imaginaba que estaban burlándose de mi escape silencioso. Eso me hizo volver más rápido.

Cuando volví, Lowry avisó que estaban por tocar, él iba a entrar.

Como siempre, nos abrazamos y le deseamos buena suerte. Es un ritual muy tonto, ya no estoy de acuerdo con continuarlo, pero plantearlo me llena de vergüenza porque es algo que hacemos desde siempre.
No pronuncié más palabras, excepto cuando le dije:
- esa flor me dejó de las chapas Cheese”
A lo que él respondió muy tranquilo:
- a mi también.
Ah, y también hablé cuando exclamé con cierta rabia:
- mierda! nos perdimos al poeta de Rosario!
Diez minutos más tarde (el tiempo corría de forma distorsionada pero si no eran diez eran treinta, ya conocemos el mundo del rock) entraron los tres, y muy desde atrás, yo los seguí. Nuevamente cruzando el largo pasillo, ahora con libros que hablaban entre ellos y me señalaban por estar drogado. Nunca vi libros tan acusadores, les dije.


Si los topos supieran3 
Foto por BS. Oct 2011

Y ahí cambió la historia. Para mi sorpresa, la banda tocaba con dos guitarras, un bajo, batería y un banjo. Fue mi primera vez en un toque con banjo en vivo.

Armaron lo que faltaba en cuanto a micros y amplificadores, el vocalista pidió que se bajara la luz y comenzaron a sonar los primeros acordes.

Desde los primeros versos ya tomé consciencia que estaba frente a algo nuevo. La fusión que logran es muy particular, y el estilo general de la banda, sonando con mucha fuerza pero a la vez con melodías muy dulces, convertían al lugar en el punto de partida de un viaje atrapante.

Las líneas de bajo se lucían en el fondo del cuadro, al frente, la voz comprometida con los versos que cantaba, inspiraba a los presentes para sumarse a la propuesta.

Quienes esperábamos que algún artista rompiera el esquema local para abrir una nueva opción, ahora lo conseguimos, Bruno Stroszek es la medicina que mejor nos viene.

La búsqueda alternativa de la banda, los llevó a visitar habitaciones con ritmos de tango y vals, algunos solos en sintonía con el legado de bandas como Pixies, y versos que juegan con un lenguaje simple y poético.

Para escuchar a Bruno Stroszek, pueden entrar acá y acá.

Ojo, la calidad de sonido no es la mejor, en vivo el espectáculo alcanzó otras aristas, pero la banda lo vale.

Como en la película de Herzog, hasta en la más brutal soledad el hombre puede encontrar motivos para seguir, y cargar su espacio con una idea estética. Después del frío, de la difícil decisión de no descansar para tener otra noche de rock; después del mal viaje que me hizo esconder una mentira detrás de la promesa de no volver a fumar faso del bueno, y después de encontrar un sonido nuevo en esta ciudad de viejos; después de todo puedo completar mi espacio con los colores del viento que sopla barriendo el cementerio.


Love will tear us apart4

Exactamente 33 años después de la partida de Curtis, Stroszek aparece nuevamente en escena. Y avisa cantando que vivir vale la pena; que lo vale aún cuando no seamos otra cosa que unos pollos bailando la música del destino marcado por el olvido; que lo vale aún cuando las paredes de la ciudad aprietan la mente que busca libertad. Que lo vale, aún sabiendo (como escribió y cantó Curtis) que Love will tear us apart.


1 Un brujo (Bruno Stroszek)
2 Estampita (Bruno Stroszek)
3 William (Bruno Stroszek) 
4 Joy Division




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