por Tito Apostos
Un recital puede cambiar las cosas, para siempre. Pero nadie pudo anticipar que ese recital sería el de Peter Murphy, y mucho menos, que sería en Montevideo.
Encontrar una
historia
Quizás por un hecho fortuito, o tal vez a
causa de una decisión premeditada, ya lo sabremos. La cuestión es que aquella
noche me tocó estar allí, y a pesar de mi débil memoria aún conservo algunos
recuerdos. Fue un martes de agosto y si bien en los días anteriores, el frío de
Montevideo era un insulto para los huesos, cuando el calendario marcó el 13,
las temperaturas se acomodaron en busca de una tregua, pasajera. Aclaro que
recuerdo lo del clima, y que el día era martes, nada más. La fecha es cierta,
pero no está registrada en mi memoria. La sé porque en el bolsillo tengo un
calendario y ese día está marcado con rojo, además le agregué una flechita que
me lleva a las palabras: show Murphy - ocurrió - real - Marcos.
Una semana antes de esto, asistí a la
primera clase del taller de periodismo. Si bien vivo en la capital uruguaya,
viajo semanalmente a Buenos Aires ya que las clases se dictan en esa ciudad.
(Está bien, lo que estoy contando puede
parecer carente de sentido, pero les pido paciencia, gracias.)
Como decía, en un momento decidí que mi
vida necesitaba un cambio. No voy a explicar las causas más o menos fundadas
por las que decidí tal cosa, de todas formas confío en la decisión y por eso
hoy escribo desde esta ciudad repleta de gente apurada y publicidad, de
embotellamientos y comida rápida, de cultura y banalidad. En cambio mañana voy
a estar nuevamente en la calma ciudad con vista al mar, donde, según parece, el
tiempo pasa más l-e-n-t-a-m-e-n-t-e.
Nunca antes escribí una nota, ni una
crónica, ni siquiera un titular. Me parece que es algo muy difícil. Tal vez en
parte ese sea uno de los motivos que me llevaron a encontrar en el periodismo el
camino de salvación para apartarme de mi profesión actual. ¿Ustedes saben cuál
es mi profesión actual? Bueno, yo tampoco. Pero lo que pienso, es que uno tiene
que escribir cosas que interesen, al que escribe o a otros, nada más. Y si yo
vengo con algo que se deja leer, y que además despierta cierta clase de
atención en el lector, entonces vale. Agrego también que el hecho de escribir
me interpela desde lo psicológico. Vencer las dificultades que presenta la hoja
en blanco es todo un desafío. Es como si alguien me estuviese apuntando con un rifle,
y la única forma de evadir las balas sea escribiendo una palabra tras otra.
Pero como también soy ambicioso, me gusta esquivar los proyectiles bailando. Lo
gracioso es que nunca planifico hacia donde voy, entonces está eso de que la
historia puede derivar hacia cualquier lado. Todo un riesgo, pero si lo
aceptan, continúen leyendo. ¿Lo entienden no? Es psicológico.
Así es. Sin saber de qué escribir, ni
cómo hacerlo, en la primera clase me lancé al ruedo.
- Yo puedo hacer la cobertura del show de
Peter Murphy en Montevideo! – exclamé casi desesperado y todos me quedaron
mirando, creo que se asustaron. Porque mis compañeros ya tenían nota asignada y
yo, por no hablar a tiempo, quedé sin nada. Sí, posiblemente por vergüenza, o
por nervios, o de idiota no más. Y el docente, un veterano en esto de las
letras, con lentes de cristales gruesos que le hacen los ojos chiquitos pero
sirven para que uno no se concentre en sus dientes amarillos, me aprobó: está
bien, usted se encargará de cubrir a… cómo dijo? Murphy? Y yo respondí: sí,
Peter Murphy, el cantante de Bauhaus. Y él anotó algo en su pequeña libreta.
Salí de allí con una misión.
Y ahora, volviendo a ese martes 13 de
agosto, en una Montevideo no tan helada, llegaba la hora de poner manos a la
obra. El espectáculo del músico británico sería en La Trastienda. Eso
se sabía desde un par meses atrás. Es que el anuncio de semejante visita a la
ciudad, generó gran expectativa en los aficionados a la cultura rock en general
y a los seguidores de Murphy en particular. El nombre de la gira es Mr Moonlight Tour, y se sustenta bajo la
excusa de los 35 años de Bauhaus, la banda que integró y lideró Murphy, y que
influyó fuertemente en lo que luego se conocería como rock gótico.
¿Cómo venimos? ¿Sigo? Bueno, yo pregunto
porque tengo miedo de incomodarlos o aburrirlos. Ya les conté como me pone todo
esto de escribir cosas. Ta, bueno, sigo.
Con la clara consigna de hacer algo
periodístico con el recital, a eso de las 21hs me presenté en La Trastienda. Para
confirmar eso de la ambición que mencioné más arriba, a esa altura no tenía
solamente interés en llegar a la próxima clase con una buena nota sobre el
show, sino que, había doblado la apuesta y ya mi deseo era obtener una
entrevista en exclusiva con el “padrino gótico”.
Así que les cuento. Atravesé el primer
control de entrada, y fui hasta la puerta que queda justo al lado de la
boletería. Allí estaba una mujer con una planilla en la mano. Me presenté, le
comenté que tenía la audaz idea de llegar a entrevistar a Murphy, pero que con
su ayuda tal vez fuese más fácil. Me respondió que la producción no habilitó
ninguna entrevista para esa fecha. Y qué, si quería tener suerte como
periodista, nunca debería ir a pedir una entrevista una hora antes de que el
entrevistado saliera a escena. Le agradecí el consejo, y le pregunté por donde
ingresaba la prensa, más que por saber el lugar de ingreso, por no pagar la
entrada. Ya con un gesto no tan amable, me respondió que los pases para la
prensa ya habían sido otorgados en su totalidad, y que si quería ingresar,
debería abonar el valor de la entrada. Parecía que la suerte no estaba a mi
favor, así que pagué los $ 1.000 y entré.
Para que se den cuenta, el sistema
funciona con esa lógica: para llegar a donde quieras, tenes que tener suerte o
plata; pero para tener suerte tenes que tener plata. Ojo, eso lo fui
aprendiendo con el tiempo, así que no te preocupes si no lo entendiste,
paciencia (o suerte).
Entré poco antes que los teloneros
RRRRRRR montaran su número. De ahora en adelante los llamaré Teloneros 2. Me resisto a repetir su
nombre, ellos dicen que vieron pasar un auto y asociaron el sonido del motor a
todas esas erres, y les gustó para nombre de banda. Como espectador me parece
que fue algo desconsiderado de su parte, por no decir espantoso. O sea que –y a
juzgar por lo que vi- quedé prisionero de esos imitadores de Bauhaus. Bueno,
nobleza obliga a aclarar que tienen temas propios y que también versionan temas
de Joy Division. Pero más vale perderlos que encontrarlos, eso diría mi abuela
si los viera tocar. Ella, mi abuela, nunca escuchó música pero tenía una gran
capacidad para ‘sacar fichas’ casi de inmediato. La extraño.
Mal o bien, los teloneros cumplieron su
cometido. Antes del ingreso de Murphy el público estaba ansioso por escuchar al
mítico frontman. La fecha fue un poco rara en cuento a la grilla de artistas,
porque también se anunciaba como teloneros a Dos Daltons, el dúo conformado por
Pedro Dalton y Marcelo Fernández, los también integrantes de Buenos Muchachos.
Si bien tengo cierto encanto con su propuesta musical, esa vez me los perdí
porque tocaron muy temprano, a las 20.00hs parece. Supongo que a esa hora Pedro
recién se levantaba, esta vez lo hicieron madrugar.
Desconozco si una nota periodística
admite espacio para la publicidad pero aprovecho para anunciar que en octubre
Buenos Muchachos se presentará en el Teatro Solís, sí, en el mítico teatro, con
un show que dieron en llamar: Antídoto. No me lo voy a perder. Y si en el
taller me siguen aceptando como alumno, tal vez hasta me ofrezca para hacer la
cobertura. Repito: ambición.
Entre la bajada de Teloneros 2 y el ingreso a escena de Peter, pasaron varios minutos,
cuarenta y seis para ser más exacto. En ese rato, los técnicos aprovechaban
para ajustar los últimos detalles antes de la función. Afinaban los instrumentos
una y otra vez, inspeccionaban los micrófonos, pegaban papeles en el piso con
el detalle del setlist y por qué no, jugaban con la expectativa de quienes
estábamos debajo.
En un momento, hizo su aparición en el
escenario una rubia bastante simpática, con una cartera cruzada, que me hizo
acordar a la malvada hija de Chuck Berry cuando se hizo presente por estos
lados. Pero ella era rubia, más joven y bonita. Olviden lo de simpática, porque
creo que era una risa nerviosa.
Lo primero que hizo fue aclarar que no
hablaba español. Ahí comprendimos los motivos de la presencia de un hombre
morocho, con algunos kilos de más con los que inflamaba la camisa blanca que
llevaba puesta.
Cuando la mujer terminó de disculparse
por su problema con el idioma español, varios de los presentes se imaginaron el
peor de los mensajes: “Peter Murphy tuvo complicaciones físicas debido al
cansancio acumulado y no tuvo otra opción que suspender la fecha en Montevideo.
Pasen por boletería a devolver las entradas y le reintegramos su dinero”. Pero
no, quienes pensaron eso estaban equivocados. Ella hizo uso de la palabra para
promocionar el nuevo disco de Peter que estará próximamente en las disquerías. Creo
que en febrero.
Para que tengan una idea de cómo estaba
el ambiente en La
Trastienda, les digo que la rubia y el gordito se fueron
aplaudidos. Ah, él tradujo lo dicho por la blonda, pero nadie le prestó
atención. Blonda es una palabra horrible.
El tiempo seguía corriendo, pero las
luces encendidas daban la pauta de que el británico no estaba pronto para
salir. Volviendo a la cuestión de mi nota para el taller, y considerando que la
idea de presentar una entrevista se esfumaba, tenía que agudizar mi ingenio
para conseguir una temática que estuviera vinculada a esa noche y hablara algo
de Bauhaus. De todas formas, les comento a ustedes que mi única pregunta para
Murphy era respecto a su vínculo con el guionista de comics más relevante en la
historia de ese género: Alan Moore. Pocas veces leí algo sobre la relación que
mantuvo el escritor con la banda, de ahí mi interés. Ese dato me lo pasó un
amigo, y fue de mucha ayuda, sépanlo. Pero bueno, esa pregunta tal vez
encuentre respuesta en el futuro. Por mi parte, aviso que no voy a bajar los
brazos.
En cuanto al panorama general de la sala,
se puede decir que la tercera parte del público estaba vestida de negro, con
labios y ojos pintados en tonos oscuros y algunos se arriesgaban al contraste
de usar base blanca en el rostro. Los dos tercios restantes, se conformaba por
seres humanos mayores de cuarenta años. Eso del público veterano siempre sucede
con aquellos artistas a los que su seguidores les rinden culto. Porque en esas
fiestas, más que disfrutar de la obra, ellos van a buscar las sensaciones que encontraron
mucho tiempo atrás pero que algunos nunca volvieron a experimentar, excepto al
escuchar esos discos, claro.
El párrafo anterior está mal escrito y
tal vez no se comprenda pero puede esconder un concepto clave. Aviso.
Y mientras yo miraba a todos los rincones
buscando algo interesante para contar en mi artículo, los músicos salieron a
escena. Qué emoción.
Peter Murphy cantó
en Montevideo y yo lo escuché
Con un traje a
medida, tal vez con algunos gramos de más pero muy bien disimulados, y con un
estilo que lo distingue, Peter Murphy se asomó con firmeza. Lo rodeaban un
violinista/bajista, un guitarrista y un batería que intimidaba con sus brazos
gruesos apretados por una remera negra.
El sentido
artístico emana del escenario, cualquiera puede apreciarlo. Eso es Murphy: un
artista; y así lo expresó en Bauhaus, una banda que con su música alcanzó
nuevas fronteras para redimensionar el punk.
Abrió fuego con King Volcano y de inmediato el público acompañó con el coro.
Aprovechando esa energía debajo del
escenario, el cantante acercó el micrófono a las primeras filas para amplificar
las voces de quienes vibraban por la adrenalina de escucharse en uno de los
temas del enigmático artista. Curiosamente, o no tanto, en esas filas próximas
a Peter, se encontraba Lady Ego (el/la líder de Teloneros 2), que hacía muy
poco rato y desde arriba del escenario, había intentado generar -vaya uno a
saber si lo logró- el ambiente propicio para la aparición de Murphy.
Acá me gustaría acotar algo como que
escuchar todas esas voces sumarse a la oscura armonía propuesta por Peter, es
una experiencia inquietante. Interpela los sentidos, muestra tal vez el lado
más primitivo de la música, porque nadie sabe de dónde sale eso que hace erizar
la piel, cosa que abre el espacio a la discusión. Por ejemplo, en un cuento de
Abelardo Castillo (Noche para el negro Griffiths), el negro Griffiths tararea
un fragmento de La Gran Marcha,
tema de su autoría, pero él dice que desconoce ese fragmento. Y cuando se le
cuestiona sobre cómo puede ser que no conozca algo que él mismo compuso, argumenta
que “la música está desde antes que uno, desde siempre. No se hace más que
encontrarla.”
Otra cosa difícil de explicar fueron los
errores del sonidista. Se confundió, los nervios le ganaron, tenía los oídos
tapados, o bueno, alguna otra razón, pero falló. La voz no se escuchó con el
volumen adecuado. Estuvo bien cuando enterró a Lady Ego, ¿pero opacar el
hermoso caudal de Murphy? No, eso no tiene perdón. Los primeros tres temas
sonaron con la voz escondida detrás de todos los canales, tanto de guitarra
como de bajo. Además, teniendo en cuenta el efecto reverb utilizado para decorar sus cualidades vocales, el impacto
negativo provocado por la mala gestión del sonidista se multiplicó. De todas
maneras, el arranque con King Volcano fue
muy propicio como antesala de todo lo que vino después.
El segundo tema fue Kingdom’s Coming una canción que lleva a interpretar algo así como
que el cielo se abrirá, tal vez
anunciando una epifanía. Sin dudas es un buen punto de aproximación a lo que
sucede con la propuesta musical de Murphy. El tema terminó luego de escuchar
como el guitarrista raspó con ganas su instrumento.
Los dos temas con referencia a la realeza
dieron paso a una seguidilla de tres canciones provenientes del In the Flat Field.
El siguiente fue Double Dare y se erigió sobre una línea de bajo en movimiento hacia
un lado y hacia otro. Con ecos vocales. Mientras que la letra invita al desafío
de ser real sin acobardarse. La voz, en este caso, sonó fuerte y
desgarradamente apasionada. Ese el punto de inflexión respecto a los problemas
de sonido que comenzaron a solucionarse.
Sin pausa, vino In the Flat Field (el tema) y
emocionó. A mitad de la interpretación, cuando la voz se une al resto de
los instrumentos para formar una bola poderosa capaz de mover a un elefante
dormido, todos saltaban acompasadamente. Excepto por la señora que estaba con
muletas, contra la pared del lado izquierdo, que no pudo saltar, pero exclamó:
Murphy es dios! Y lo hizo sin saber cuál era el tema que venía después. Así, la
banda se despachó con, si se quiere, el tema más joydivisionano de la noche.
Obviamente las
muletas no le proporcionaban un confort adecuado a la señora, entonces buscó un
lugar libre contra la pared, para recostarse un poco, pero no pudo. Desde el
escenario comenzaron a sonar los primeros acordes de A God in an Alcove. Recordemos que en esa canción primero canta: He's a God in an alcove y después
termina Now I am Silly. El azar
estuvo del lado de la señora que no logró acomodarse para descansar pero la
banda le brindó una gran satisfacción. El clima ya era el apropiado para que
Murphy se quitara el saco y quedara en camisa. Abajo irrumpió el pogo, y muchos
también quedaron con sus abrigos en las manos.
Todos contentos,
pero yo seguía sin entrevista, y sin saber qué contarle a ustedes, queridos
lectores.
En un momento
pensé en comenzar a gritar: Murphy! Murphy! Alan Moore, Murphy!
Porque tal vez
eso funcionaba como palabra clave para abrirme una puerta del camerino, pero
debí descartarla, no por lo descabellada sino porque mi voz no se iba a
escuchar.
Sigamos.
Antes de dar paso a Silent Hedges con la juguetona línea de bajo, tuvo lugar una breve
presentación de los músicos: comenzando por Nick Lucero (batería) luego le tocó
el turno a Emilio China (violín electrónico y bajo) y Mark Gemini (guitarra).
Luego (y previo a retornar con canciones
del primer disco), hicieron una visita por Endless Summer of the
Damned del disco Go Away
White que después de muchos años reunió a la banda para su lanzamiento en
el 2008. En este caso la versión sonó más cortada, con énfasis en los fuertes
golpes del batería Lucero. Fue un momento que el público aprovechó para
disfrutar de la teatralidad del show, y el pogo momentáneamente se calmó.
A Strange Kind
of Love,
uno de los temas perdidos en el repertorio de esta fecha, ya que pertenece a Deep -el tercer disco de Murphy en
solitario- comenzó con una bella melodía de violín.
Mientras Murphy concentraba
la atención del público al estar espalda con espalda junto al guitarrista, los
técnicos acomodaban en la mitad del escenario una caja de sonidos para que
comenzara, quizás, el tema más esperado de la fecha.
El caballero de la noche y
padrino de los góticos sustituyó la guitarra por unos anteojos y convirtió la
caja en su instrumento. Sonidos de todo tipo escapaban y rebotaban contra las
paredes de la sala. El eco daba a los presentes una experiencia extrasensorial.
Nuevamente el público
coreaba con el micrófono bien cerca de sus rostros. Al finalizar, todos
aplaudieron celebrando además de la interpretación, la versatilidad del
artista. Es que fueron testigos del clásico Bela Lugosi's Dead. Aquí fue imposible evitar la imagen de
aquella escena con el mejor intérprete de vampiros/dráculas sentado en un
descapotable junto Johnny Depp. Si se quiere, el mejor intérprete de Ed Wood, y
también, si se quiere: el mejor Ed Wood.
Y para no detener semejante
clímax, y disfrutar hasta lo último, continuó con Kick in the Eye. Luego sí, se dio satisfecho con la respuesta de la
gente y él también aplaudió y agradeció con un “Bravo!” en un español bastante claro.
Pero perdón, un artista con
semejante talante no se da por satisfecho, no. Sin detenerse comenzó a sonar
otra de las grandes canciones de Bauhaus: The
Passion of Lovers, y el público se desbordó.
El espectáculo estaba en lo
más alto. La energía necesitaba puertas de escape. El techo corría riesgo de
levantarse. Así se estaba cerrando la primera parte del show, pero todavía
faltaban dos temas más del primer disco: Stygmata
Martyr con Murphy tocando la guitarra eléctrica y luego Dark Entries para enloquecer al pogo,
sellar el cierre de la primera parte y dejar lugar a los bises.
Luego de un breve corte,
seguramente para tomar alguna vitamina o líquido que les permitiese a los
músicos afrontar la última parte, volvieron con el oscuro y profundo Hollow
Hills. Uno puede llegar a pensar
que el lugar de este tema, casi al final del setlist, es a propósito, ya que lo
que genera es un abrazo a la distancia entre el público y los músicos que lo
hacen posible.
Al comenzar la recta final, Murphy tuvo
la gentileza de agradecer al público y expresar que estaba muy contento de
estar en Uruguay.
Para darle algo más pop a la noche, y
verificar su singularidad como artista al recorrer múltiples estilos,
comenzaron la parte final del viaje con All
Night Long, otro tema del Murphy en solitario.
Y si en La Trastienda quedaba
alguno sin emocionarse, llegó el turno de I'll
Fall With Your Knife, otra muestra de su carrera en solitario, pero en este
caso de los 90’. Y sí, no quedó nadie sin cantar. Es muy probable que lo
recuerden, porque con este tema, Mr. Murphy no escapó del circuito comercial.
Y él también eligió la mejor forma de terminar
su noche. Con el epílogo, con Subway.
Tema que se encuentra en un disco muy raro, tal vez el más personal de toda su
carrera. El Dust del 2002, fiel
reflejo de su paso por la cultura de ese país con un pie en cada continente:
Turquía.
Para terminar la noche incorporó los
teclados a escena, y comenzó a ejecutar los sonidos que fueron conformando
varias pistas. El cierre fue con un delirio musical. Esa fue la mejor forma,
posiblemente exista consenso entre el público. Es que se sucedieron solos de guitarra,
el batero lanzó sus palos a la marea que agitaba más próxima al escenario, y
juntos se retiraron a los camerinos. El teclado continuó sonando en solitario,
sin músicos, pero con un público extasiado.
Con una duración de poco más de hora y
media, el espectáculo tuvo altibajos. Por razones técnicas o porque resulta muy
difícil mantener el nivel de esos puntos altos que logra la performance de
estos artistas sobre el escenario.
Si esto se evaluara desde el gusto
personal -como corresponde- posiblemente se señale la ausencia de hermosas
canciones como Crowds, Spirit o Nerves,
pero eso no es lo importante. El dilema central, y lo que realmente me
interesa, no es aquello que faltó. El problema, es que las canciones se
terminaron, los músicos se fueron del escenario, el público comenzó la
retirada, y yo no encontré nada para contar.
Cuando no conocemos
lo que buscamos
Entonces salí de La Trastienda, y me quedé junto
a la puerta, sólo y desorientado. Sintiéndome en falta conmigo, con el docente,
con mis compañeros y fundamentalmente con ustedes, mis lectores.
Sin muchas ideas de cómo seguir, hice lo
que corresponde en esas situaciones. De mi campera saqué una cajita que dice
“Emergencia”, la abrí, con mis dedos tomé el porro grueso que estaba allí, como
escondido y le di fuego. Me relajé y pensé en la palabra mágica: “esperar”.
Fueron cuatro las caladas, y fueron
suficientes. Antes de dar la quinta lo descubrí. En la vereda, a pocos metros y
hablando con una chica, estaba él. Uno de esos tipos que parecen vampiros y
meten miedo a las viejas. Llamó mi atención porque, además de su vestuario,
tenía la cara con un poco de maquillaje, pero además no hablaba. Sólo movía la
cabeza como respondiendo, afirmando o negando a lo que la muchacha que estaba
con él le decía.
Apagué el porro y fui directo a
encararlo. Me acerqué con paso lento y agachando un poco la cabeza como en
señal de respeto. Lo saludé con un “buenas”. Y en seguida le hice un breve
resumen de mis andanzas periodísticas. Antes de terminar el speech que parecía que lo tuviese
ensayado por años, le pregunté directamente si accedía a convertirse en el
entrevistado de la noche, pues necesitaba sí o sí tener algo para presentar el
lunes, y tal vez la nota versara sobre el vínculo entre los góticos y Bauhaus,
o entre lo góticos y el mundo, como para no andar acotándonos.
Y él gentilmente accedió. Pero algo en su
respuesta sonó muy extraño. Después de presentarse como Marcos y de aceptar la
propuesta, hizo un sonido singular, entre dientes, como un pitido pero con t.
Fue algo así: tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Culpé al porro y le quité trascendencia. Marcos
sugirió que la entrevista fuese en El Torpedo, bar que queda a un par de
cuadras y hacia allí partimos.
Mientras caminábamos aprovechamos para hablar
del show. Al ver a Murphy en vivo cumplió un sueño, dijo. A diferencia de su
comportamiento en la puerta de La Trastienda, él no paraba de hablar, estaba
muy excitado por lo que acababa de presenciar. Yo no lo quería cortar, pero
notaba que la conversación se me iba de las manos, ya que en un momento empezó
a hablar de cada uno de los discos de Bauhaus, a describirlos tema por tema, y
no me permitía meter bocado (el efecto del porro tampoco me permitía hablar,
puedo pensar mucho estando de faso, pero es como una mordaza). Llegamos al bar.
Esto no sé si sucedió o es puramente una
elaboración imaginativa, pero apenas nos sentamos, se nos acercó uno de los
mozos, y preguntó: - qué van a llevar?
A lo que Marcos respondió: -no vamos a
llevar nada, vinimos a tomar una cerveza, acá. Y otra vez, emitió el
tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Sin reparar en el pitido, el mozo agregó:
- muy bien, pero miren que cerramos en
tres horas, después no digan que no les avisé.
Demoró un par de minutos, volvió y apoyó
la cerveza, golpeando en seco contra la mesa. Ambos lo miramos a los ojos, él
hizo un leve movimiento con sus labios, y se alejó.
Y Marcos volvió sobre Murphy: -Qué
increíble. La verdad fue formidable. Nunca creí que iba a verlo en Montevideo. Si mi madre estuviese
viva…
Entonces como una chispa que tímidamente
se enciende pero que luego se convierte en un incendio forestal, ese último
comentario me avivó para saber dónde se escondía lo interesante del
entrevistado. Continué atento a eso, sin perder de vista el objetivo y mantuvimos
el tono de conversación.
Me contó un montón de cosas. Tiene 45
años, trabaja como diseñador gráfico y web, freelance. Es bisexual, y habla en
modo: monótono y suave. Creo que eso no le importa porque es como si él mismo
supiera que lo relevante está en lo “qué” dice, y no en el “cómo” lo dice.
Fue muy abierto. No tuvo reparos en
hablarme de temas tan personales. Realmente no pensé que fuera a lanzarse así
con un desconocido. Tal vez el punto de ser entrevistado por un periodista
(bueno, eso fue lo que le dije cuando me presenté) le dio cierta confianza.
Describirlo físicamente no es tarea
compleja. Usa un cerquillo que termina en punta, achatado y peinado
con gomina hacia la izquierda. Su cara no representa la edad que tiene. Vivió
siempre en Montevideo, excepto los seis meses que pasó en la casa de Tomás, en
Buenos Aires. Eso fue a finales de los 80’ cuando estaba descubriendo nuevas
fronteras en su sexualidad. Aquellos fueron tiempos muy duros para él, asumir
que también le interesaba relacionarse con personas de su mismo sexo, lo llevó
a hundirse aún más en el aislamiento provocado por pertenecer a una subcultura
no tan compartida por el resto de la sociedad.
Cuando le pregunté si recordaba desde
cuando es dark, me
respondió que desde siempre.
Y agregó:
«Fue raro, durante
mi infancia, en la casa de mis padres, me pasaba de encontrar discos como si
estuviesen escondidos por los rincones, pero en pocas oportunidades los
escuchaba sonar. Muchos años más tarde me enteré que mamá los guardaba como un
pequeño tesoro y los cuidaba del daño
potencial en manos de mi padre. Es que mi viejo fue un tipo muy jodido. Una
figura muy conservadora, un hombre de leyes, siempre impuso montón de límites pero
sin llegar a explicitarlos con palabras. Y eso es lo peor, lo que no se dice es
lo peor».
Más tarde, esa
situación derivó en que la relación entre ambos, padre e hijo, no fuera buena,
sobre todo después de que Marcos comenzó a vestir sus párpados con sombra
negra.
En un momento se me ocurrió preguntarle
por sus raíces musicales, y afortunadamente obtuve una muy linda respuesta.
Ahora la suerte estaba volviendo a mi cuerpo (y el porro se estaba yendo).
Cuando escuchó Wild is the Wind por Bowie encontró en esa forma de interpretar la
letra, algo muy oscuro y profundo. Luego llegó el turno de maravillarse con Perfect Day de Lou Reed. Esas canciones
marcaron el camino, el único que pudo tomar, para soportar la posibilidad de no
tener posibilidades.
Y apenas terminó de comentar eso, volvió
a hablar de su infancia como si un recuerdo se le pasara por la cabeza y sin
vincular un tema con otro, dijo cambiando su tono de boliche a algo parecido a
un discurso:
«Atravesar la niñez y
adolescencia en una cultura dominada por la dictadura no es una experiencia que
se pueda explicar por la referencia a hechos puntuales.
Es más bien una sucesión de
acontecimientos nefastos, de noticias cargadas de miedo, un continuo despertar
sin futuro porque justamente los generales con bigotes gruesos intentan que el
pueblo viva en el pasado. El orden y lo establecido no alientan la búsqueda de
lo desconocido; más bien intentan truncar las chances de acceder a eso que
todavía no llegó. Esos tiranos que imparten injusticia: se paran en el pasado
para someter en el presente. Algo así es lo que pienso, pero nunca puedo llegar
a procesarlo del todo, porque cuando recuerdo aquella época, pierdo lucidez.»
No sé si ahora a ustedes les pasará lo
mismo, pero cuando escuché a Marcos decirme eso, quedé perplejo. El recital de
Murphy estuvo muy bueno, pero el gran acontecimiento de la noche, para mí, fue
todo lo que vino después. Sinceramente no me lo esperaba.
La cerveza se terminó, mejor dicho, yo la
terminé porque él no bebió ni una gota. Yo quería seguir descubriendo lo que
había detrás, en lo profundo de aquel ser que se desnudaba ante mi con la
bondad de una piedra a punto de ser esculpida. Jo, a veces sí que logro
escribir buenas cosas.
Cuando le pregunté si pedíamos otra
birra, nuevamente volvió a sorprenderme.
- Mirá -me dijo-
si querés te invito a mi apartamento para que te hagas una idea más
acabada de cómo vivo, y de lo que hago.
Confieso que algunas de esas palabras me
asustaron, y que no pude evitar asociar la invitación con su bisexualidad pero
en el tono hubo algo que me tranquilizó y acepté. También me quedé con culpa
por dudar de un tipo que estaba colaborando conmigo de forma tan desinteresada.
Soy un miedoso, un miedoso culpable, es bueno que lo sepan.
El apartamento era parte de un edificio
viejo, de esos con ascensores parecidos a los del Titanic. Estaba en un cuarto
piso. Las lamparitas que apenas alumbraban convertían los corredores en
pasillos tenebrosos.
Llegamos al apartamento. La puerta estaba
sin llave. Entramos. Era muy amplio, pero la característica luz baja se
repetía. Logré divisar que las paredes estaban pintadas en tono carmín. En los
muebles, la ebanistería delataba que pertenecían a una época lejana. Y en medio
de la pared del comedor, había un retrato de una mujer, de unos cincuenta años.
El rostro de la señora compartía facciones con la cara de Marcos. En la imagen,
llevaba el pelo suelto y canoso.
Yo me senté en un sofá cubierto por una sábana
blanca. Él me trajo de la cocina un vaso con agua, disculpándose de no tener
otra bebida para ofrecer y aclarando que no ingiere alcohol. Ahí mis nervios
crecieron en peso y tamaño. No entendí entonces por qué en el bar pidió una
cerveza.
Tomó asiento en una silla, en la única
silla que pude ver y me preguntó:
- bueno, ¿y ahora qué? ¿cómo sigue la entrevista?
Honestamente pensé que se estaba yendo
todo al carajo. Que la entrevista no era una entrevista. Que yo no era un
periodista. Que Murphy no era Murphy y que Marcos era un
violador-asesino-serial que organizó el taller de periodismo y el show en La Trastienda para convertir
en infierno mi paraíso. Pero sonó la campana, o el pitido.
- Tiiiiiiiiiiiiiiiiiiii - escuché entre dientes de Marcos, y agregó –
si querés te cuento como fue que escuché a Bauhaus por primera vez, es una
historia muy interesante.
Y respiré profundo, moviendo mi mano para
darle paso a su historia. Lean con atención. Su relato impresiona.
«Empiezo -dijo, y continuó- fue en 1984, en una fría noche de invierno, antes
de salir a recorrer las calles de Montevideo con Nadia y Lucas, mis amigos de
juerga por aquel entonces, pasé por la habitación de mamá a despedirme y avisar
que salía. Justo antes de golpear la puerta de la habitación, escuché el sonido
de un bajo pesado y pegajoso. Eso me impresionó. Y de repente escuché una voz
que saltó bien alto y cantó:
the passion of lovers is for death said she
the passion of lovers is for death
the passion of lovers is for death said she
the passion of lovers is for death…
Quedé perplejo,
mientras esperaba que la canción terminase, el pasillo de la casa se convirtió
en un sótano oscuro, colmado de gente vestida uniformemente, de negro. En las
paredes había muchos grafitis, en varios de ellos el concepto común era la
muerte, y por todos los rincones el nihilismo estaba presente. Al fondo del
sótano, la presencia de una figura andrógina cantaba las mismas estrofas que yo
estaba escuchando.
Fue algo así como
una epifanía.
Pero no terminó
así. Eso que llegaba a mis oídos en aquel sótano, me llevó a viajar una vez
más. La letra de la canción convirtió la escena en un cine, muy privado y
solitario. Estaba yo, sólo, frente a la pantalla. La luz reflejada por la pared
componía imágenes que me ubicaban en un lugar no tan oscuro pero con un
continuo transcurrir de luces y sombras. La película -mejor dicho, las
fotografías- se sucedían unas a otras. En ellas, veía a mamá y a mi padre. En
apenas unos segundos, y como si fuese un cartel publicitario que cuelga de la
cola de un avión, se presentó toda la cronología de su vida en pareja. El noviazgo
marcado por la sonrisa de mi padre y gestos de admiración en el rostro de mamá.
El casamiento, con ellos dos mirándose a los ojos, sonrientes. Y luego la vida
en pareja, que, a contraste de todo lo anterior, mostraba a dos personas
separadas, unidas solamente por el encuadre de la foto. Mi padre cambió gestos
alegres por puños contra la mesa. Mamá mutó de la admiración al miedo. Y la
canción terminó.
Con la perplejidad a cuestas, empujé la
puerta y encontré a mamá de espaldas. Estaba sentada frente al tocadiscos
Hitachi que tenía sobre la cómoda y se hamacaba suavemente, adelante y atrás.
Me acerqué con cautela, toqué su hombro
izquierdo. Ella se sobresaltó pero cuando me vió, respiró profundamente.
- ¿Qué es esto que suena? - pregunté.
- Es Bauhaus - respondió ella. Y a
continuación agregó: - por favor no le cuentes a tu padre.
Esa noche no salí. Me quedé con mamá,
escuchando Bauhaus. Aquello ocurrió un lunes y se extendió hasta antes de la
medianoche, cuando llegó mi padre, la autoridad, el embajador del miedo.»
Y con esas palabras, Marcos terminó de
contarme una de las historias más duras y emotivas que escuché en la voz de un
tipo. Para él, contarlo también fue una experiencia dolorosa. Apenas terminó,
noté que los ojos se llenaron de lágrimas. Por vergüenza o para buscar un lugar
que le permitiera largar el llanto, se levantó y fue al baño. Yo me quedé
sentado, en el sofá, más perdido que al principio, que al principio de mi vida
digo.
Pasaban los minutos, y él no volvía. Yo
no lo quería interrumpir, mi corazón latía fuerte, es verdad, pero preferí
aguantarme en el molde. De nuevo, la palabra mágica: “esperar”. Esperar,
esperar, esperar, hasta que el sonido se hizo presente:
tiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Otra vez yo, respondiendo a algo que no
sabía lo que era. Me levanté, intenté dar pasos sin hacer ruido.
A medida que me acercaba, escuchaba un
murmullo, era imposible identificar en qué lenguaje o dialecto hablaba esa voz
en el interior del baño, tenía algo en común con la voz de Marcos pero no era
idéntica.
La puerta del baño no estaba
completamente cerrada, eso me permitió ver lo que ocurría adentro. En el espejo
del botiquín se reflejaba la cara de Marcos, con lágrimas transitando por sus
mejillas, corriendo el maquillaje. Él movía la boca al ritmo del murmullo, eso
me desconcertó porque hasta ese momento estaba convencido que no era Marcos el
que balbuceaba.
Yo contemplaba el absurdo de esa
situación hundido en un mar de desconcierto. Nada de eso daba crédito a la
racionalidad. Y verme espiando a alguien con ese nivel de locura me hacía
pensar que yo mismo estaba elevando el absurdo a la enésima potencia. Hasta que
en un momento: silencio.
Marcos dejó la boca semiabierta pero sin
emitir ningún sonido. Quedó mirándose fijamente al espejo, como si estuviera
escuchando con los ojos. Fueron unos segundos que parecieron siglos, hasta que
el llanto desgarrador irrumpió con intensidad. Volvió a hablar sin murmurar, y
preguntaba con rabia: ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué?
Y luego cambió por un definitivo: BASTA!
A continuación, manteniendo la voz
cortada y apoyado contra el espejo agregó:
-hoy vi a Peter, mamá, hoy lo vi, pero
dejá de llorar, no tengas miedo mamá, no se lo voy a contar a él, a mi padre.
Y al apartarse del espejo, noté como la
puerta del botiquín se abría, y en el interior pude ver unos mechones de
cabellos canosos, iguales a los del retrato que estaba en el comedor, y como si
fuese un maniquí (al menos eso intenté creer) una cabeza se asomaba y estaba a
punto de caer. Marcos que se encontraba arrollado, en el piso, llorando no se
percató de que fui testigo de toda la escena, y tampoco me importó. Porque
antes de confirmar que lo que cayó a la pileta era una cabeza, salí corriendo o
volando, eso no lo sé.
Después de estar a varias cuadras del
edificio, me senté en el cordón de la vereda, intentando tranquilizarme y
confirmar si lo que sucedió en aquel baño fue real. Pero sin meditarlo mucho
más, llegué a concluir que real o no, aquello sucedió, y yo fui testigo o rehén
de la situación. Por fin tenía la historia. Ahora empezaría la dura tarea, tal
vez la más difícil, de animarme a contarla.